martes, 25 de junio de 2013

[Oneshot] Entrada en tromba

El one shot de hoy corre a cargo de Nuna y creedme cuando os digo, que la intensidad es bestial, la tensión sexual tan enorme que acabas agotada y que lo disfrutaréis de principio a fin, sin duda alguna.
Por Nuna.

No sacar ni publicar en otro lugar sin permiso de la autora y los respectivos créditos.

AVISO IMPORTANTE: Contiene escenas de sexo


ENTRADA EN TROMBA

Llegaba tarde... había calculado mal las distancias y el tiempo que le llevaría recorrer media ciudad en metro, y los tacones, con los que no estaba acostumbrada a correr, no la estaban ayudando.

Era uno de sus mayores defectos. Por más que tratara siempre de hacer las cosas con tiempo, por algún motivo o por otro, siempre terminaba yendo justa. Y esta vez no se podía permitir el lujo.

Si el coreano se enfadaba con ella y rechazaba la propuesta, el enfado de su jefe sería enorme.

Apretó los dientes y corrió. Total, o se daba más prisa o no llegaba, y si se rompía un tobillo por el camino, por lo menos tendría una excusa que la justificara.

Consiguió llegar al edificio a un minuto de la hora límite. Miró hacia arriba asegurándose de que estaba en el sitio correcto, y sonrió al reconocer la construcción en las fotos que tenía. Se atusó el pelo, se alisó la falda, se recolocó la chaqueta, y agarró con determinación el maletín.

Se dirigió sin pérdida de tiempo al pequeño mostrador que hacía las funciones de recepción, situado al lado de la fila de tornos de seguridad. Enseñó su tarjeta. La chica consultó unas notas que tenía bajo el mostrador y asintió. Con unos modales impecables le pidió que esperara y al cabo de unos segundos le tendió un pase para visitantes. Lo supo porque tenía la palabra “visitor” impresa en diagonal. La chica volvió a hablar, y su conocimiento del idioma le dio para entender que le estaba indicando la planta a la que debía dirigirse.

Después de darle las gracias, traspasó la barrera de seguridad y se dirigió al ascensor.

Esperó impaciente mirando el indicador de planta. 5... 4... Sonó el móvil. Lo sacó con rapidez del maletín y miró el mensaje histérico de su compañero que estaba esperándola arriba.

Comenzó a contestar, y escuchó que el ascensor había llegado. Sintió más que vio las puertas abrirse y simplemente comenzó a andar hacia el interior.

Y de repente estaba rebotando hacia atrás.

Había chocado contra algo duro, estaba dando traspiés hacia atrás, se le había caído el teléfono, y... ¡Auch!

Su tobillo se dobló se iba a caer también.

Pero no tocó el suelo.

Unas manos la agarraron con fuerza, una de un brazo, y otra de la cintura, logrando así no caerse.

Por instinto se sujetó a esos brazos, y cuando pasó el momento crítico, cuando supo que ya no caería, miró hacia arriba, hacia la persona con la que acababa de chocar y que la acababa de rescatar de terminar despatarrada entre las puertas del ascensor.

Lo había intuido por las mangas de la chaqueta y por la complexión de la persona que tenía delante, pero al mirarle, al ver cómo la observaba divertido, pensó que no era un hombre. Pensó que era EL HOMBRE.

Mientras le pedía perdón haciendo una reverencia, lamentó tener que romper el contacto con aquellas manos fuertes y cálidas. No se atrevió ni a levantar de nuevo la vista. Todavía estaba encajando la profunda impresión que ese hombre le había causado.
Reaccionó al escuchar que las puertas del ascensor se cerraban. Estiró con rapidez el brazo para tocar el botón que lo evitaría, pero una de las manos que acababa de sujetarla lo impidió.

Las puertas del ascensor se cerraron, mientras ella miraba primero a la mano que le sujetaba firme pero suavemente el brazo, y después a la cara del tipo.

Volvió a sentir su cerebro cortocircuitar. No era guapo, pero sí era muy atractivo. Tenía rasgos duros, pero muy masculinos, el pelo castaño peinado a la última moda, y llevaba un traje azul marino con una corbata de color naranja, sobre una camisa blanca, cuyo cuello se cernía alrededor de una garganta con una nuez prominente... y deliciosa.

“Dios... ¿en qué estoy pensando?”, se dijo, apartando la vista.

Debió ruborizarse o algo, porque sintió una oleada de calor ascendente desde el pecho hasta la cara. ¿Cuánto hacía que eso no le pasaba?

Se atrevió a volver a mirarlo. El tipo había cruzado los brazos y ahora la observaba con la cabeza ladeada y una expresión curiosa en el rostro.

No supo ni qué decir ni qué hacer. ¿Debía volver a pulsar el botón? ¿Se lo volvería él a impedir? ¿Por qué no se había ido y la había dejado sola con la combustión espontánea que estaba a punto de sufrir? ¿Y por qué estaba a punto de sufrirla? Apenas se habían rozado...

Él sonrió con calidez y con un gesto de la cabeza, señaló el cuadro de botones. Entre una nube de confusión, entendió que le estaba pidiendo que marcara su número de planta. ¿Cuál era?

“Quince”, murmuró para sí misma, “la última... quiero llorar.”

Presionó el botón y se dio la vuelta para darle la espalda y quedar frente a las puertas. No soportaba mirarle, y no soportaba ver cómo él la miraba. Si tan sólo hubiese seguido su camino dejándola sola...

El ascensor paró en todas las plantas. Y en cada una de ellas entró gente y más gente, que la fue empujando y arrinconando hasta que quedó pegada a él. Demasiado cerca. Olía su perfume y sentía su respiración en la nuca. Se puso tan rígida que pensó que le iba a dar un calambre muscular en cualquier momento, y notó cómo él trataba de apartarse para no incomodarla cada vez que la gente los iba aplastando más. Pero era imposible.

A medida que subían, el ascensor fue despejándose, y en la planta 12 volvieron a quedarse solos.

Él permanecía tras ella y sentía su mirada clavada en la nuca. Por lo menos ya no estaban pegados. Por lo menos o por desgracia, ya no lo sabía.

De repente, volvió a ver su mano. De reojo la vio acercarse al cuadro de botones y pulsar el que paraba el maldito trasto.

Giró la cabeza para protestar, pero calló en seco cuando vio su ardiente mirada. Y a juzgar por su expresión, ese ardor no se reducía sólo a eso, sino también a otra parte de su anatomía.

La sujetó por los hombros y le dio la vuelta. La miró con intensidad, tanto que se sintió cohibida... pero no asustada ni molesta.

“Preciosa...”
Escuchó la palabra a la perfección. La estaba observando, calibrando y valorando como si fuera un trofeo de caza, pero maldito lo que le importaba. No podía ni protestar. Era como si ese tipo le hubiera lanzado un hechizo paralizador, o como si la hubiera hipnotizado de forma que ella tolerara sin protestar cualquier cosa que él quisiera.

Ese último pensamiento hizo que le temblaran las piernas.

Si eso no era un flechazo, entonces era un cañonazo de gran calibre.

El tipo se atrevió a tomar su barbilla y levantarle la cara hacia él, mientras seguía observándola totalmente ¿embobado? Jod*r, ya eran dos.

Le pasó un dedo por el labio inferior.

En otras circunstancias supuso que le habría dado un bofetón o una patada en la espinilla, o algo parecido por su atrevimiento, pero el hechizo era potente.

“¿Qué estoy haciendo?” susurró él, mientras atacaba con la yema de su dedo el labio superior.

Ella soltó el aliento que estaba reteniendo, pero nada más bajar, su pecho empezó a subir, y a bajar, y a subir de nuevo. Rápido.

¿Qué le estaba pasando?

El hombre respiró hondo mientras cerraba los ojos y giraba la cabeza hacia otra parte. Otra parte que no era donde estaba ella... La soltó. Y volvió a apretar el botón de la planta 15.

Ella se dio la vuelta y se colocó de nuevo frente a las puertas. Y cuando éstas se abrieron, salió andando a paso ligero como si la persiguiera un batallón de infantería.

Cuando se encontró con su compañero, que la esperaba para la reunión, tenía la boca totalmente seca y la lengua pegada al paladar.

***

Mientras bajaba de nuevo a la planta baja, recibió la llamada de su mánager, preguntándole dónde demonios estaba. Después de asegurarle que no tardaría, volvió a descender piso a piso, viendo cómo la gente entraba y salía del mismo, y preguntándose qué narices había pasado.

Había estado a punto de besar a una completa desconocida. Bueno, besar no era lo único que tenía en la cabeza, pero sí lo máximo que podría haber hecho allí.

Y ella lo había sabido. Acababa de quedar como un maldito acosador, y se arrepentía de la imagen que la mujer pudiera estar formándose de él en ese momento, pero para nada se arrepentía de lo que había hecho, o de lo que había pensado hacer, o de lo que había estado a punto de hacer, o...

Cortó la línea de pensamiento y trató de calmarse.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, ya sabía lo que tenía que hacer.

***

Había sido un día duro, y estaba de vuelta en el hotel. La reunión había ido mejor de lo que esperaban y la propuesta había sido aceptada. Gracias a la agilidad mental de su compañero, y a que le sirvió como traductor cuando los clientes le preguntaron sobre los detalles de la idea publicitaria, habían conseguido la cuenta.

Fantástico. Sola no habría podido hacerlo, aunque sí habría podido hacerlo mejor, eso lo sabía. Lo que pasaba es que tenía al tipo del ascensor grabado en la retina. Igual de grabado que se queda la forma blanquecina durante unos segundos cuando miras una bombilla. Pero lo de la bombilla se pasaba, y lo del tipo no.

Seguía sin quitárselo de la cabeza. Su cara, el ansia que reflejaban sus ojos. Lo que le costó dominarse antes de volver a poner en marcha el ascensor...

No tenía ni idea de quién era, pero lo que sí sabía era que habría dado cualquier cosa por volverlo a ver cuando salieron de la reunión y bajaron en el mismo ascensor.

Se sorprendió mirando a todas partes e intentando encontrarlo desde que salieron de la oficina de los clientes hasta que abandonaron el edificio. Pero no hubo suerte.

Volvió a las oficinas de la empresa en la ciudad. Y después de pasar el día trabajando en el desarrollo de la idea para su nuevo cliente, cosa en la que avanzó poco o nada, se dirigió a su hotel con la idea de darse un baño caliente que la relajara, y de encontrar algo que la distrajese del recuerdo que persistía en su cabeza.

Acababa de salir del baño cuando tocaron a la puerta.

***

El mánager volvió al cabo de un rato, refunfuñando y quejándose de que aquel no era su trabajo. Le dio igual, tenía en las manos aquello que necesitaba. Un nombre, una empresa y una dirección. Y por fortuna, también tenía tiempo.

Se despidió y se marchó con paso decidido hacia la agencia de publicidad.

Condujo el coche hasta la dirección que figuraba en la nota, y no tardó en plantarse en ella. Entró en el edificio y tomó el ascensor hasta la quinta planta, recordando la escena vivida anteriormente en otro ascensor. Cerró los ojos y suspiró, mientras la cara de la chica se formaba de nuevo en su mente.

“¿Qué me has hecho?”, se dijo.

Entró decidido a la agencia y en el mostrador, preguntó por ella. Maldita sea, acababa de irse al hotel.

Mencionó el nombre de la empresa que ella había visitado por la mañana, haciéndose pasar por uno de sus trabajadores, y engañó a la recepcionista para que le diera un lugar donde localizarla, poniendo la excusa de que debía entregarle información adicional y que era algo urgente.

Se maldijo por haberse convertido en un acosador y en un mentiroso en sólo unas horas, pero no se arrepintió ni un ápice.

***
Los leves toques se hicieron más urgentes. Ella gritó desde dentro que no había pedido nada, pero volvió a oírlos.

Refunfuñando, se dirigió a la puerta, y la abrió sólo una rendija, dispuesta a gritarle a quien quirts que fuera que insistiera de esa manera, y cuando vio quién estaba en el pasillo, se quedó de piedra... y en lugar de volver a cerrar y echar todos los pestillos y cadenas que tuviera, la abrió de par en par.

Él bajó la vista hacia ella y pudo ver cómo sus ojos se abrieron un poco más y brillaron.

Estupendo... le acababa de invitar descaradamente a su habitación, y encima sólo llevaba puesta una toalla.

Genial.

***

No estaba en absoluto preparado para lo que vio cuando ella abrió la puerta. Había imaginado la situación miles de veces mientras se dirigía a su hotel.

Una de las posibilidades, era que ella se asustara, lo tomara por un acosador (probablemente lo era), le cerrara la puerta en las narices, y él se tuviera que ir con el rabo (dolorido) entre las piernas.

Otra, que le dejara por lo menos invitarla a un café, un té, un vino, un vaso de agua, lo que fuera, en el bar del hotel y que ella no aceptara.

La tercera, algo más esperanzadora, era que aceptara y haciendo uso de su ingenio, le diera la oportunidad de conocerle y borrar la imagen que le hubiera podido dejar el encuentro del ascensor.

La cuarta, que ella incluso fuera a cenar con él, intercambiaran detalles sobre sus vidas, aunque fueran mínimos, y llegaran a algún tipo de conocimiento mutuo que le permitiera por lo menos pedirle su teléfono para volver a verse o hablar.

Pero lo que NUNCA, JAMÁS se habría imaginado, es que le abriría la puerta con una toalla alrededor del cuerpo, el pelo mojado y las gotas de agua todavía resbalando por la piel.

Y no, no estaba en absoluto preparado para lo que vio, para lo que imaginó que habría bajo la toalla, ni para sus ojos de sorpresa.

Pero había abierto la puerta... lo miraba con la boca abierta. No huía, ni la cerraba asustada, ni gritaba... Estaba quieta, mirándole, con los labios entreabiertos en una mueca de sorpresa.

Y eso lo hizo entrar en tromba.

***

Fue consciente de la sorpresa que se llevó al verla así vestida, o así casi desnuda. Fue consciente de su mirada hambrienta. Fue consciente de su silencioso ruego pidiéndole permiso para entrar, y fue consciente de que si entraba, no era para darle un besito de buenas noches.

Pero no hizo nada para evitarlo.

Cuando de una zancada, avanzó hacia ella y, sujetándola con una mano por la nuca, hundió su boca en la de ella, respondió abrazando su tórax atrayéndolo hacia ella. Si él parecía hambriento, ella no lo estaba menos, eso desde luego.

Notó cómo la empujaba hacia adentro y cómo cerraba la puerta. Después se separó de ella un momento, sin soltarla, y buscó con la mirada por la habitación, hasta que localizó algo y, sonriéndole de una manera que ella sólo podría calificar de magnífica, volvió a besarla mientras la empujaba con suavidad a lo largo de la sala. Ella supuso más que vio dónde se dirigían, y se dejó llevar. Cuando notó que la inclinaba hacia atrás y sintió que la dejaba caer sobre la cama, supo que en ese mismo sitio, era al que le habría gustado que él la llevara nada más verlo en el ascensor por primera vez.

Cañonazo de gran calibre. Cupido era un marica con esas flechas de pacotilla.

Y al sentir el peso de él sobre su cuerpo, sus brazos abarcándola, sus manos moviéndose con delicadeza por el contorno de su rostro y por su cuello, decidió que le daba igual haberse convertido en una zorra que se acostaba con el primer tío que se le cruzara. Era una, y a mucha honra.

Pero cuando perdió todo vestigio de vergüenza o de decencia o de lo que se tuviera que perder para que a una le ocurriera una cosa así, y dejara que un desconocido le hiciera lo que él iba a hacer, fue justo cuando él se separó de ella, quedando sentado a horcajadas.

Vio cómo se quitaba la chaqueta, sin dejar de mirarla.  Vio su masculino gesto al aflojarse la corbata y sacársela por la cabeza. Vio cómo la miraba impaciente mientras se desabrochaba los botones de la camisa. Vio sus bíceps llenando las mangas que pronto quedaron vacías cuando la camisa voló a un extremo de la habitación...

Y ya no supo más de conciencia, ni de recato, ni de precaución, ni de nada. Simplemente dejó que él hiciera lo que quisiera, y después también se dio el gusto de hacer lo mismo.

***

Dos asaltos después, decidieron que era hora de hablar. Se presentaron formalmente, entre arrumacos. Lo normal era que la gente lo hiciera al revés, pero ellos se habían ahorrado el trámite, aunque era necesario.

Ella era una española que trabajaba para una multinacional de publicidad. Había ido a Seúl porque a los clientes les había gustado una de sus ideas para una campaña y se habían empeñado en que debía ser quien la expusiera.

Él era un idol. ¿Idol? Sí, un famoso cantante miembro de un grupo musical. Era alguien muy ocupado que desde luego no iba asaltando por ahí a mujeres en los ascensores... más bien solía ser al contrario.

Hablaron, intimaron un poco más, volvieron a asaltarse, volvieron a hablar, comieron, se asaltaron, bebieron, volvieron a hablar, se asaltaron de nuevo...

Y así hasta el día siguiente.

Él se empeñó en que volvieran a verse y le aseguró que estaba decidido a ello. Ella le prometió que consideraría la oferta que le habían hecho en la agencia, de firmar contrato para trabajar en la ciudad.

El principio entre ellos había sido muy poco ortodoxo, pero lo que les deparara ese encuentro en el futuro, tendrían que averiguarlo por ellos mismos...
 

lunes, 17 de junio de 2013

[Oneshot] Reencuentro


¡Vamos a estrenar el blog! ¿Y qué mejor que hacerlo que con un magnífico Oneshot creado por las maravillosas manos de ? No voy a entretenerme en parafernalia... ¡comenzad a leer, disfrutad y comentad!


REENCUENTRO

by @Ari2PMAM
No sacar ni publicar en otro lugar sin consentimiento de la autora y dar los respectivos créditos.

AVISO IMPORTANTE: Este fanfic contiene relaciones sexuales explícitas.

Tres días de descanso, no estaba mal, aprovecharía para desconectar de la ciudad y marcharse a algún lugar en la costa donde no hubiese demasiada gente, aunque bueno, teniendo en cuenta que estaban en pleno otoño, tampoco es que hubiese mucha gente por las playas.
Los ensayos para su siguiente musical empezaban a la semana siguiente y acababan de terminar las promociones de su último trabajo que habían sido un éxito rotundo. Volvieron a ganarse el favor de crítica y público, que no pararon de alabar la gran calidad de sus canciones, en las que él había tomado parte, así como en las colaboraciones con famosos músicos y compositores.

En cuanto llegó a casa metió en una bolsa algo de ropa, bajó al garaje y cogió el coche poniendo rumbo a la zona de costa más cercana.
Este viaje no suponía sólo una desconexión del trabajo, como les había hecho creer a todos. Desde hacía más o menos un mes, había tenido el mismo sueño y eso lo estaba atormentando. Cada noche la misma mujer aparecía en sus sueños y aunque no la podía ver bien, algo en ella le resultaba extrañamente familiar pero no sabía por qué. En su sueño luchaba para poder acercarse a ella, pero cuanto más lo hacía, más borrosa se volvía su imagen, haciéndolo sentir impotente y con una gran sensación de pérdida.

Estaba de vuelta en Corea, no se lo creía, había jurado que no regresaría pero allí estaba otra vez, lo que la hizo sonreír de manera mordaz mientras observaba el mar. Estaba sentada en la arena, tratando de encontrar algo de paz mental, porque lo que se le venía no era una tarea fácil, aunque su mente lo que hizo fue viajar atrás en el tiempo.
Era una mestiza y no faltaba ocasión en la que se lo recordasen pero sabía que los insultos que recibía eran por pura envidia. Lo único que indicaba su mezcla de sangre eran sus ojos algo rasgados, el resto era todo herencia de su padre, el color azul de sus ojos, su altura que sobrepasaba la media coreana para las mujeres, aunque también era más alta que muchos coreanos, porque su metro setenta y cinco hacía que muchos de ellos se sintiesen incómodos, incomodidad que ella fomentaba usando tacones alguna que otra vez. Su cabello era castaño claro, rizoso y lo llevaba en media melena capeado, fácil de recoger en una cola de caballo cuando era necesario.
Aquí había nacido y sido criada, pero nunca se sintió coreana, su carácter, su personalidad no encajaban para nada con la forma de ser de los coreanos. Ella era pasional, de carácter fuerte y siempre decía lo que pensaba, algo que en Corea no estaba bien visto.
Sólo una vez en su vida perdió el deseo de marcharse de Corea, pero había sido un estúpido sueño de juventud al enamorarse por primera vez de un chico, al que el resto de sus compañeras no hacían el más mínimo caso porque su físico no era para nada el que ellas exigían.
Sacudió la cabeza para olvidarse de todo aquello, como se solía decir: “Agua pasada no mueve molino”. Sí, nada como el español para ella y había sido el idioma que había usado siempre que podía, dejando el coreano para lo mínimo imprescindible, algo que había sacado de quicio a su madre.
Cerró los ojos, respiró hondo, llenándose los pulmones con el aire salado del mar y dejó que el viento la despeinase. En poco tiempo se acabaría su libertad, por lo que decidió disfrutar a tope antes de volver a Seúl, donde enseñaría las últimas técnicas en cardiocirugía pediátrica.

Había llegado a su destino, observó el mar un momento desde su coche, antes de bajarse. Cogió el abrigo y nada más ponérselo, inspiró hondo con los ojos cerrados, estiró los brazos y sonrió.
Un momento después empezó a caminar pero se paró de golpe al ver a una mujer sentada en la arena mirando el mar. Su corazón dio un vuelco y su cara mostraba una incredulidad que a un espectador le habría resultado cómica. Se quedó quieto como una estatua y tardó un momento en recobrarse, porque la mujer que estaba viendo era la que había estado apareciendo en sus sueños y ahora por fin pudo entender por qué le resultaba familiar, habían pasado los años, sí, pero no la había podido olvidar, habían sido compañeros de clase en el instituto, fue durante el último año, para él, el mejor de todos a pesar de que tan sólo hablaron una vez y el final de todo aquello no fue para nada bueno aunque no pudo evitar sonreír con tristeza ante ese recuerdo.


— ¡Oh Dios cómo duele! — Había escuchado suficientes veces ese idioma para saber que era español y conocía de sobra a la dueña de esa voz, Sara, la chica más popular del instituto, pero también la más inaccesible y fría de todas cuantas hubiese conocido. Ella y su hermano habían llegado a la semana siguiente de empezar el curso, cuando entró en clase, su saludo fue frío y el escrutinio al que sometió al resto de la clase les hizo sentir un escalofrío en la espalda y por lo que había escuchado, su hermano, un año menor, había causado el mismo efecto en la suya.
La clase había reaccionado de dos maneras, los chicos se habían vuelto locos y a las chicas las corroía la envidia, aunque ella pasó olímpicamente de todos, se sentó en su sitio y desde aquel día no había vuelto a intercambiar una palabra con nadie y por si las chicas no estaban ya amargadas, el que resultase ser un genio en los estudios hizo que la inquina hacia ella aumentase, pero le bastaba una mirada para congelarlas en el sitio y que se quedasen quietecitas.
Al principio se sintió intimidado, poco después empezó a corroerle la curiosidad y al final acabó enamorado de ella, pero sabía que era algo imposible, puesto que él no era guapo ni tenía buen físico.
— Vaya, tiene mala pinta, ¿necesitas ayuda? — Se había agachado a su lado pero tanto su voz como su mirada mostraba inseguridad. Ella levantó la mirada de sus rodillas destrozadas y al mirarlo de frente fue como si una corriente eléctrica recorriese todo su cuerpo. Aquellos ojos azul turquesa siempre provocaban que perdiese por un momento el hilo de sus pensamientos.
—Sí, gracias, me vendría bien. — Ella le dirigió una leve sonrisa que le hizo saltar interiormente de felicidad. La ayudó a ponerse en pie y pasándole un brazo por la cintura y otro por los hombros de él, fueron caminando de manera lenta hasta la enfermería, aunque apenas habían andado unos cinco metros, cuando al ver su cara demudada por el dolor decidió ser más radical y la cogió en brazos, haciendo que ella se sorprendiese y se agarrase con fuerza a su cuello, algo que le hizo esbozar una pequeña sonrisa de satisfacción.
— ¿No estás mejor así? — Le sonreía tratando de distender el ambiente y de paso prolongar la conversación.
— Sí, porque al parecer mi tobillo derecho también salió bastante dañado. — Su voz era normal, pero el sonrojo la delataba y eso le hizo hinchar el pecho de satisfacción masculina, aunque al mirar al tobillo vio que estaba muy hinchado, por lo que se centró de inmediato en lo que más prisa corría, la salud de ella y la llevó corriendo a la enfermería.
— ¿Qué ha sucedido? — No habían entrado cuando la enfermera comenzó el interrogatorio. Ella no dijo nada hasta que él la dejó sobre la camilla con mucho cuidado y en vez de marcharse, se quedó a su lado.
— Iba corriendo, tropecé y me caí.
— Pues menuda caída, tus rodillas y tu tobillo tienen un aspecto espantoso. — Su tono ácido le hizo esbozar una pequeña sonrisa sarcástica.
— Muchas gracias, no me había dado cuenta de eso. — Su tono sarcástico hizo que la enfermera sonriese, mientras que él observaba en silencio esta pequeña conversación, porque era la primera vez que la veía hablar tanto con alguien.
— Tú, será mejor que te quedes a su lado y le sirvas de apoyo porque la cura le va a doler bastante. Esto no será más que algo de emergencia, porque de aquí tendrás que ir directa al hospital para ver si tienes algo roto, ¿entendido? Como toda respuesta obtuvo un ligero asentimiento. — Bien, pues cuanto antes empecemos, antes acabaremos. — Y así empezó a curarle las rodillas.
Él se había sentado al lado de ella y la atrajo hacia él, mientras la sostenía por los hombros. Ella, en cuanto sintió el fuerte escozor, se agarró fuerte con ambas manos a su antebrazo, mientras evitaba chillar de dolor. La cura de sus rodillas duró un buen rato, haciendo que ella perdiese casi todas sus fuerzas y reposase su cabeza sobre el hombro de él, que durante todo el proceso, no había parado de acariciarle uno de sus brazos dándole ánimos.
— Bien, rodillas listas, vamos ahora a por el tobillo. — Le quitó el zapato y el calcetín con cuidado, aunque no pudo evitar que esta vez ella emitiese un pequeño grito de dolor, provocando que él la abrazase con más fuerza.
Cuando acabó, tenía la cara empapada por las lágrimas y el sudor, así que él se apresuró a secarle la cara con su pañuelo con delicadeza.
— Voy a llamar a tu casa para que te vengan a recoger y te lleven al médico, ¿de acuerdo? — Ella sólo pudo asentir en silencio porque estaba agotada. — En cuanto a ti, mejor vete a por las cosas de ella para tenerlo todo listo cuando la vengan a recoger.
— De acuerdo. — Se levantó teniendo cuidado para evitar que ella se cayese por la falta de fuerzas, pero al verla agarrarse al borde de la camilla y respirar hondo para reponerse, se marchó más tranquilo.


— Justo la semana antes de que nos vayamos a España, te pasa esto. — Esa frase lapidaria fue lo primero que escuchó tras volver a la enfermería. La impresión fue tan fuerte que lo dejó paralizado en el vano de la puerta, lo que atrajo la mirada de la madre de ella, que lo miró extrañado al verlo con las cosas de su hija. — ¿Quién eres? — Él hizo una reverencia, le dio los buenos días y se presentó, para acabar aclarándole que eran compañeros de clase.
Desvió la mirada hacia ella, mientras terminaba de entrar en la enfermería y al fijarse en ella vio que tenía la cara desencajada, no sólo por el dolor, sino por la noticia que acaba de escuchar, dándose cuenta de que ella también se acaba de enterar.
— ¿Podemos estar un momento a solas? Me gustaría despedirme de él. — Su voz y su expresión volvían a ser las que siempre había visto en clase.
— De acuerdo, en cuanto lo hagas, llámame para venir a buscarte y llevarte al coche.
— No hará falta, él me llevará, al igual que me trajo hasta aquí. — Su mirada directa y su voz llena de determinación dejaron bien a las claras que no daría su brazo a torcer, así que su madre suspiró exasperada, cogió sus cosas y salió de allí en dirección al coche en compañía de la enfermera.
— Por tu cara, parece que también te acabas de enterar, ¿cierto? — Se había vuelto a sentar a su lado y la miraba de manera directa, gesto que ella respondió.
— Sí, así es.
— ¿Volverás? — Procuraba mantener un tono neutro, aunque por dentro estaba muerto de preocupación y quería decirle que no se marchase, pero sabía que era inútil.
— No lo creo, nunca encajé aquí y por si no lo sabes, los mestizos no es que seamos muy bien recibidos. — Su tono entre amargo y resignado le hizo apretar la mandíbula con fuerza, mientras pensaba que con gusto les patearía el culo a todas esas personas.
— Entonces hasta aquí hemos llegado. — Su tono filosófico acompañado de una sonrisa hizo que la mirada de ella le provocase un escalofrío en la columna.
— Se acabó el juego de la biblioteca. — Su sonrisa de suficiencia y su tono de te he pillado, lo dejaron estupefacto.
— ¿Desde cuándo lo sabes? — Su voz era apenas audible y su cara se había puesto blanca como el papel.
— Desde la tercera vez que sucedió. Al principio pensé que como yo, huías de los grupos que se suelen formar en las primeras mesas y que por eso buscabas el refugio de las mesas del final, pero enseguida me di cuenta de que el motivo por el que siempre te sentabas en la silla de enfrente pero en perpendicular a mí, era para observarme. — Vio cómo inspiraba con fuerza, abría los ojos de manera desmesurada y su rostro pasaba del blanco al rojo. Aunque ahora sería ella la que lo pasaría mal, porque no pensaba marcharse sin que supiese la verdad. — Aunque la verdad es que me gustaba tenerte allí por las mismas razones que tenías tú. — Lo miró de frente tras decir esto último y vio que su sorpresa aumentaba, mientras trataba de asimilar lo que acaba de escuchar.
— ¿Quieres decir…? ¿Quieres decir…? — No pudo continuar, no se lo acaba de creer, no podía decirlo en voz alta por miedo a haber entendido mal y parecer presuntuoso, ya que eso de que la chica más guapa del instituto se fijase en él, era demasiado extraño.
— Sí, me gustas, me empezaste a gustar poco después de conocerte, aunque siempre te observé de lejos, como tú hacías conmigo. La razón por la que entonces no te dije nada y te lo digo ahora a punto de despedirnos para siempre, es que estaba harta de sufrir desencantos y rechazos, pero no me puedo permitir marcharme guardándome esto, porque sé que siempre me arrepentiría. — Sonrió con resignación a la espera de lo que él le pudiese decir, pero se dio cuenta de que sólo la miraba con azoramiento, no podía reaccionar. — Bien, creo que es hora de que me lleves al coche para que pueda ir al hospital, ¿no crees? — Él sólo pudo asentir, pero justo en el momento en que él le pasó el brazo por la espalda, ella lo agarró del cuello y lo besó con fuerza, provocándolo para que reaccionase, algo que tardó sólo un par de segundos en hacer. De repente, una tormenta estalló entre ellos. Él la abrazó con fuerza, la pegó a él y profundizó aún más el beso haciéndola gemir de placer, pero ella no le iba a la zaga, porque si había algo que le sobraba a ella era pasión, así que le mordió el labio, le arañó el cuello por debajo del borde de la camisa para evitar que se viesen las marcas, mientras que él bajaba la mano hasta el hueco de su espalda y la volvía  subir hasta su cuello en una caricia que le puso la piel de gallina. Estuvieron así unos cinco minutos, hasta que por fin ella, viendo que aquello se les iba a ir de las manos, se separó de él tratando de recuperar la respiración y darles tiempo para no mostrar señales de lo que había pasado a quienes les viesen. Levantó la vista y vio en él una pasión cruda y salvaje, pero cerró los ojos, para tratar de recuperarse de aquel beso que lo había dejado tan mal como a ella o peor, porque su excitación era visible.
— Mejor que nos pongamos en camino antes de que tu madre venga a buscarte y descubra lo que ha pasado. — Su tono era duro y no admitía lugar a réplicas. La cogió en brazos con el mismo cuidado que antes y salieron de allí. Estaban casi llegando a la salida, cuando él de improviso le dio un beso rápido, aunque al mismo tiempo cargado de pasión y amor. La miró, vio su confusión y sonrió con satisfacción. — La próxima vez que nos veamos, acabaremos lo que comenzamos aquí, te lo aseguro, porque sé que volverás.
— No te hagas falsas ilusiones, la vida da mil vueltas y no podemos saber lo que pasará. —Esa aseveración había sacado su lado rebelde, no soportaba esa actitud que él mostraba ahora.
— Eso lo veremos. — Su fuerte convicción sobre un futuro reencuentro la hizo poner los ojos en blanco y no discutió más, que creyese lo que le diese la gana. Cuando la metió en el coche, le dedicó una mirada seria y llena de determinación. — Hasta pronto. — Y con esa despedida, cerró el coche y la vio marchar, rumbo a su nueva vida.

— Creo que voy a ganar la apuesta, nunca sabrás que volví. — Eso la hizo sonreír de manera agridulce, porque aunque ansiaba verlo, sabía que sería una estupidez, él era una estrella, tenía millones de fans y lo más probable es que la hubiese olvidado. Se levantó, quitó la arena de sus pantalones y al darse la vuelta se quedó estupefacta, allí estaba, como si lo hubiese convocado, pero no podía ser, tenía que ser una ilusión de su mente.
— Ha pasado mucho tiempo. — Se estaba acercando a ella sonriéndole, algo que la hizo gemir en su interior, porque el efecto que le provocaba era devastador. No se dio cuenta hasta muy tarde que se había acercado demasiado a ella, lo que la puso muy nerviosa, pero no quiso demostrarlo.
— Sí, bastante. ¿Cómo estás? — A pesar del viento frío que hacía ella estaba muerta de calor.
— Bien, como puedes ver he cambiado un poco. — Sonrió de medio lado, como burlándose de su antiguo yo.
— Sí, es bastante visible, la verdad, no hacía falta que me lo dijeses. — Su tono duro la hizo querer darse una colleja, pero ya era demasiado tarde para rectificar.
— Vaya, al parecer, no has perdido tu genio. — Abandonó su sonrisa usando un tono burlón y una mirada dura.
— Marca de la casa, deberías de saberlo. — Su tono ligero y su sonrisa de suficiencia le hicieron enarcar las cejas. Aunque reparó en algo más importante para él, mientras ella se quitaba el cabello de la cara, no llevaba anillo, algo que le hizo esbozar una sonrisa lupina.
— Y además de haber ganado la apuesta sobre nuestro reencuentro, veo que eres libre.— Con un gesto de la cabeza señaló su mano izquierda, algo que a ella la hizo sonreír.
— Para tu información, en España, esa tontería de los anillos de pareja no se lleva. Ni tampoco ninguna de esas otras tonterías de ir vestidos a juego y demás que te dan ganas de vomitar. — Su voz desprendía un desprecio tan corrosivo como el ácido.
— ¿Tienes pareja? — Su tono serio y su mirada directa e inquisitiva le dejaron bien claro que no admitiría ningún tipo de juego.
— No. — Y no dijo nada más, haciendo que él la mirase divertido.
— Bien, en ese caso, creo que todo será más divertido. — Aquel tono de suficiencia la hizo sonreír y torcer la cabeza de un lado a otro.
— No te lo tengas tan creído. — Y con eso, se puso en camino, pero él la detuvo sujetándola por uno de sus brazos, provocando que ella lo mirase en silencio ordenándole que la soltase.
— No te dejaré ir hasta que acabemos esta conversación. — Volvía su tono duro que no admitía lugar a réplicas, algo que a ella no le gustaba.
— Tengo que volver a Seúl. Me espera mucho trabajo y muy poco tiempo, así que no tengo tiempo para escenas. — Ella forcejeó para soltarse pero él tenía más fuerza y le resultó imposible soltarse.
— Suéltame ahora mismo, me estás haciendo daño. — Usó el tono de voz que reservaba para los alumnos díscolos que hacía que éstos se amedrentasen de inmediato. Aunque en este caso sólo logró que la soltase.
— Lo siento. — Estaba molesto, pero también frustrado porque ella pretendiese dejar las cosas así. — Pero es que te ibas a marchar y no me podía creer que pretendieses dejar las cosas así. ¿Es que vas a hacer como si no nos conociésemos? — Estaba enfadado y se notaba a distancia. Ella respiró con fuerza tratando de calmarse, puso los brazos en jarras y lo miró tratando de controlar su mal genio.
— Por si lo has olvidado, sólo hablamos una vez, nada más. No creo que eso nos haga muy amigos, ¿no crees?
— ¿Y con los que sólo hablas una vez haces lo mismo que hiciste conmigo? — Su tono era hiriente, no se podía creer que para ella aquello no hubiese significado nada. Aunque vio enseguida que el sonrojo cubría su cara, lo que le proporcionó una pequeña satisfacción.
— Maldito seas, eso es un golpe bajo. — Lo miró enfadada por mencionar aquello.
— No lo es y lo sabes. Ahora has vuelto y…— Aunque no pudo acabar, porque lo interrumpió.
— ¿Y qué? ¿Pretendes que sigamos donde lo dejamos? Éramos adolescentes. Ahora eres una estrella de la música, perteneces a un grupo muy querido, famoso y conocido en todo el mundo. Estás considerado como uno de los mejores cantantes gracias a esa prodigiosa voz que posees, ya no eres el mismo que conocí en aquel entonces. ¿Y acaso no te importa lo que haya sido de mi vida? — Había empezado a pasear arriba y abajo presa de la frustración, la rabia y la tristeza, porque quería estar con él, pero era imposible. Aunque él se sentía maravillado porque ella estuviese al tanto de todo lo que había logrado y que encima le gustase cómo cantaba.
— Claro que me importa pero… — De nuevo se quedó con la palabra en la boca.
— Soy cardiocirujana pediátrica, una de las mejores a nivel mundial y aunque trabajo en España, me llaman de otros lugares del mundo para que enseñe lo que sé y cuando tengo tiempo libre me dedico a enseñar. Dime, ¿pretendes que renuncie a todo eso por un sueño de adolescencia?
— Te sumerges en el trabajo y la investigación para evitar tu vacía vida personal. — Aquello fue demasiado para ella y le propinó un guantazo tan fuerte que hizo que le doliese la mano, pero se mordió el labio y se tragó las lágrimas.
— Maldito cabrón. — Y tras eso se puso en camino.
Él tardó un momento en recuperarse del guantazo que le dejó la marca en la cara y le había girado la cabeza a un lado, pero enseguida salió tras ella y cuando le dio alcance, la agarró pero ella luchó contra él con todas sus fuerzas, aunque no pudo soltarse. Para evitar que se hiciese daño y de paso que se lo hiciese a él, la abrazó con fuerza pero ella siguió queriendo escapar, así que desplazó una de sus manos a su cuello, la agarró y la besó con fuerza. Ella quería escapar pero él siguió insistiendo hasta que finalmente logró romper su resistencia y abrirse camino hasta el interior de su boca, que recorrió con atención y cuidado, haciendo que ella gimiese de placer, aunque no fue la única, porque ella no se quedó quieta y le respondió con la misma fuerza y pasión, mientras subía sus manos por aquel torso firme y duro que tantos estragos había provocado en su imaginación, para acabar enredando sus dedos en su cabello.
Lo separó de un tirón, provocando que él la mirase molesto, pero ella le sonrió son superioridad. Él trataba de acercarse para seguir besándola pero ella lo esquivaba, algo que le hizo fruncir el ceño molesto. Ella se acercó a él, rozó sus labios, le pasó la punta de la lengua por el borde de los labios, excitándolo aún más por la leve caricia, antes de lanzarse de nuevo a un beso apasionado que provocó una explosión de calor en ambos cuerpos, mientras que la excitación de él iba aumentando de tamaño y él podía percibir la excitación de ella. Empezó a cambiar sus manos de sitio para meterlas bajo la ropa de ella, pero entonces se dio cuenta de dónde estaban y se separó de ella, dejándolos a ambos presa de la frustración sexual.
— Maldita sea, no tenía previsto que esto acabase así, pero éste no es el momento ni el lugar. Aunque eso sí, al menos acabé lo que comencé en el instituto. — Con esta última frase pretendía distender el ambiente y que bajase la excitación de ambos, aunque eso era bastante difícil.
— Es verdad, lo acabaste, supongo que estarás satisfecho. — Ella trató de ser graciosa pero entonces él la miró con tanta intensidad que le recordó por un momento a un gran felino calibrando a su próxima presa.
— No de la manera en que me hubiese gustado acabarla. — Su tono ronco dejó bien a las claras lo que tenía en mente, haciendo que ella tuviese un escalofrío debido a la excitación, pero entonces recordó lo último que le dijo y toda la ira que había sentido, volvió en su ayuda para dejarla tan fría como el hielo. Ese cambio no se le pasó a él por alto y toda la excitación que había sentido se evaporó. — Mejor me voy, a partir de mañana tendré mucho trabajo y necesito estar descansada. Espero que te vaya bien. Adiós.
— Espera, ¿has regresado para quedarte? — No se miraron, él estaba mirando al mar y ella hacia el aparcamiento.
— No, tan sólo he venido por un mes, para poner al personal al día de las últimas técnicas y tras ese tiempo volveré a mi país. — Su voz fría provocó en él que sintiese como sin un cuchillo le atravesase las entrañas.
— Éste es tu país. — Su voz suave apenas un susurro, hizo que ella se apretase las manos y contuviese las lágrimas, porque sabía que una vez más se separarían.
— Lo fue, pero no me hicieron sentir parte de él, por si no lo recuerdas, así que no le debo nada y…— Esta vez fue ella la que no pudo seguir.
— ¿Tienes dónde quedarte? Si no recuerdo mal, tus padres vendieron la casa que tenían.
— Alquilé un apartamento amueblado, me siento más cómoda así que quedándome en un hotel.
— Ya veo. — Metió las manos en los bolsillos y guardó silencio.
— Ya que no nos volveremos a ver, espero que todo te vaya bien. Mucha suerte con el grupo y en tu próximo musical. Sé feliz. — Y tras eso, se marchó de allí con decisión. Un momento después él escuchó el ruido del coche al marcharse y respiro hondo.
— Una vez te dejé marchar, no habrá una segunda. Haré que te quedes a mi lado para siempre, lo juro. — Había tomado su decisión y no iba a cejar hasta conseguirlo.

Salió de inmediato tras ella pero no pudo darle alcance, así que en cuanto llegó a casa buscó en el periódico y en Internet alguna noticia sobre la formación en nuevas técnicas de cardiocirugía pediátrica y tras unos minutos de búsqueda la encontró en la edición digital de un periódico.
Sonrió mientras leía la poca información que había, aunque suficiente para él, puesto que venía el nombre del hospital donde se llevaría a cabo y sorpresa, también daría tres lecciones magistrales en la Universidad de Seúl, la más prestigiosa del país la próxima semana.
— Te tengo. Pensaste que lograrías evitarme pero no has podido. — Su sonrisa de depredador dejaba bien claro que aquella presa no se le escaparía y que tras atraparla iba a disfrutar mucho devorándola.


Al día siguiente por la mañana temprano camuflado lo mejor que podía para no llamar la atención, fue al hospital donde ella trabajaba. En la entrada buscó el panel informativo para ver en qué planta estaba pediatría y con una pequeña sonrisa subió hasta la tercera planta. Al llegar al control de enfermería preguntó por ella. La enfermera estaba demasiado atareada como para prestarle mucha atención y le señaló hacia la derecha, para que fuese hasta el final del pasillo. Supuso que allí encontraría su despacho. Él hizo una pequeña reverencia y se marchó.

La puerta estaba entreabierta, lo suficiente para verla sin que ella lo supiese, aunque tampoco es que necesitase esconderse, porque que estaba de pie, mirando por la ventana pero no prestaba atención a lo que había en el exterior, su mente estaba muy lejos de allí. Estuvo así un par de minutos, hasta que decidió que ya estaba bien de observarla a hurtadillas.
—  ¿Pensando en cómo arreglar el mundo? — Pegó un pequeño bote mientras se llevaba una mano al pecho.
— Maldita sea, no vuelvas a hacer eso, me has pegado un susto de muerte. — Él sonrió de manera socarrona, mientras se acercaba hasta ella.
— Si hubiese tenido que esperar a que regresases a este mundo habría tenido que esperar sentado. — Se acercó andando de manera despreocupada, mientras lo miraba sorprendida.
— ¿De qué hablas?
— Sigues con esa vieja costumbre. A veces en los momentos de descanso te daba por mirar por la ventana, aunque enseguida tu mente se escapaba a otros lugares y solía costarte regresar, por eso siempre hacía algún ruido fuerte para que los profesores no te riñesen. — Se había arrellanado contra la ventana, con las manos en los bolsillos de la cazadora y los pies cruzados a la altura de los tobillos, mientras la miraba de refilón para ver su reacción, agradándole mucho ver cómo el sonrojo cubría su cara.
— Bueno, cada uno tenemos nuestras manías, como tú, por ejemplo, que cuando cantas sueles llevarte la mano al pecho en los agudos. — Estaba abanicándose, de repente hacía demasiado calor y necesitaba aire fresco. A él no se le escapó esa reacción y volvió a sonreír de medio lado con satisfacción masculina y de manera perezosa, sin alarmarla, se dio la vuelta hasta que la dejó aprisionada entre sus brazos y se acercó mucho a ella, casi sin dejar espacio entre sus cuerpos.
— Vaya, no sabía que prestases tanta atención a todos mis gestos. — Su voz, susurrada al oído, la hizo cerrar los ojos de placer, porque era como chocolate caliente en un día de mucho frío.
— Es… es… es un gesto que no pasa desapercibido. — Dios, la estaba matando, la había pillado con la guardia baja a lo que se sumaba el caos interior que seguía sufriendo por lo que había sucedido el día anterior.
Él la miró en silencio, sonriendo divertido al verla en ese estado, mientras que ella rogaba en su interior que se apartase, porque si no acabaría haciendo una locura, pero su ruego no fue escuchado, porque él dirigió la mirada hacia sus labios y un momento después, tomó posesión de su boca mientras la abrazaba con fuerza. Ese beso exigía una entrega total e incondicional, aunque enseguida no se supo cuál de los dos era el conquistador y cuál el conquistado, ya que ella lo había igualado, algo que le provocó el deseo de gritar lleno de satisfacción masculina.
Al cabo de unos minutos, decidió romper el beso, porque aquello acabaría yéndoseles de las manos y no era ni el momento ni el lugar. Las respiraciones de ambos estaban agitadas y en sus ojos se veía la pasión no satisfecha.
— ¿A qué hora sales? — Él fue el primero en recuperarse, aunque su respiración seguía siendo rápida y superficial.
— Creo… creo que a las cinco. — Sara tenía las manos apoyadas en su amplio torso y deseaba que entre ellas y el cuerpo de él no hubiese esas capas de ropa pero al final acabó retirándolas de mala gana.
— Está bien, te vendré a buscar.
— No.
— No, ¿qué?
— Que no me vengas a buscar, no iré contigo. — La rapidez con la que volvía a esconderse tras aquella muralla de hielo lo dejó estupefacto, aunque enseguida el enfado tomó el control de sus emociones, pero procuró atarlo en corto cuando volvió a aprisionarla entre sus brazos.
— Deja de esconderte y enfrenta las cosas, ya no eres una niña, sino una mujer hecha y derecha, así que encara la realidad con valentía. — Ella lo miraba con una mezcla de furia y frustración, aunque eso no lo detuvo, pero suavizó su tono y dejó de fruncir el ceño. — Dame este mes. Dame sólo este mes para demostrarte que podemos estar juntos. — Su tono reflejaba esperanza, mientras que su mirada le pedía que confiase en él.
— Pero ya te dije que tengo mi vida y…— Ella estaba desesperada, quería estar con él, estar a su lado, pero al mismo tiempo, estar allí hacía que recordase todo lo que sufrió de pequeña.
— Deja de repetir esa letanía, sabes que puedes seguir con tu carrera aquí. Vamos Sara, lánzate a la piscina, dame este mes para demostrarte que estás equivocada y que estás renunciando a algo de lo que luego te arrepentirás el resto de tu vida. — La premura de él la hizo cerrar los ojos, morderse el labio inferior y acabar apoyando sus manos sobre el pecho de él. Al cabo de un momento que se le hizo eterno, abrió los ojos, suspiró con fuerza y lo enfrentó.
— Está bien, tienes este mes, pero si veo que las cosas siguen como cuando era niña, regresaré a España y todo habrá acabado entre nosotros, ¿te ha quedado claro?
Él a duras penas pudo contener su alegría y sus deseos de gritar por haberla hecho ceder. Así que al final sonrió y la besó con fuerza en los labios, aunque el beso acabó antes de que ella pudiese reaccionar.
— No te arrepentirás y te juro que lograré hacerte cambiar de opinión y que te quedes aquí. Vendré a buscarte a las cinco. Pasa un buen día. — Y salió de allí corriendo, mientras ella se sentaba en la silla de su escritorio apoyando la cabeza en las palmas de sus manos, preguntándose qué locura acaba de cometer.

El día transcurrió a una velocidad de vértigo, estuvo tan ocupada conociendo a los médicos y empezando con las lecciones teóricas que cuando quiso darse cuenta ya era casi la hora en que él iría a buscarla.
Estaba empezando a recogerlo todo, cuando el jefe de cardiocirugía fue a buscarla.
— Bien, creo que ya es hora de que veamos en directo esas nuevas técnicas de las que nos estuvo hablando hoy. Tenemos un caso y es urgente, así que en cuanto recoja todo esto, venga al quirófano número tres. — Y se marchó de allí sin darle tiempo a replicar.
Empezó a recoger a toda velocidad mientras pensaba en cómo avisarlo para que supiese que no podrían irse juntos, ya que no tenía su número de teléfono.
Ya estaba a punto de salir cuando llegó sonriendo.
— ¿Tanta prisa tienes por irte conmigo? — Su tono divertido la hizo poner los ojos en blanco, pero no duró mucho, cogió un trozo de papel, apuntó algo y salió a su encuentro.
— Menos lobos Caperucita. Aquí tienes mi número de móvil. Tengo que entrar a quirófano ahora, es una urgencia y me están esperando. Haz una llamada perdida para que pueda tener tu número. Cuando salga de quirófano te llamaré, no me esperes. — Le dio un rápido beso en los labios, dejándolo allí estupefacto, tanto por el gesto como por el cambio de planes.

Cuando llegó a casa eran las doce y media de la noche. Estaba agotada, la operación había sido más complicada de lo que pensaron en un primer momento y a punto estuvieron de perder a la niña en dos ocasiones pero lograron recuperarla. Al final había salido todo bien y tras quedarse en la UVI con ella una hora para ver cómo reaccionaba, decidió marcharse.
No se preocupó en recoger la ropa, la dejó tirada por el dormitorio, se puso el pijama y al ir a poner la alarma para el día siguiente, recordó que lo había apagado y al encenderlo vio que tenía diez llamadas perdidas y cinco mensajes. En todos ellos le preguntaba qué había pasado, por qué no lo llamaba y que en cuanto viese sus mensajes que se pusiese en contacto con él. Suspiró agotaba y exasperada, le había dicho que tenía que entrar en quirófano, ¿es que no entendía que una operación de corazón no era algo sencillo?
— Está bien, tú lo has querido, me dijiste que te avisase en cuanto viese tus mensajes. No es mi culpa si estás durmiendo. — Se metió en la cama y se puso a escribirle un mensaje:
“Estuve en quirófano hasta no hace mucho y acabo de llegar.”
Lo envió, puso la alarma y se acostó, quedándose dormida de inmediato.

Cuando llegó al hospital lo primero que hizo tras cambiarse fue ir a ver a la niña a la UVI y se cercioró de que todo iba bien, por lo que respiró tranquila y se fue a su despacho para preparar la clase que daría a mediodía.

Seguía sin recibir noticias suyas.
— Tanta prisa para que le contestase y ahora es él el que guarda silencio. — Estaba molesta, no tenía ni idea de qué pretendía. Se reprendió en silencio y siguió a lo suyo.

La clase magistral en el salón de actos estaba a punto de comenzar, sería la primera de las tres que daría y había dejado bien claro que quería que estuviesen todos los alumnos de los tres últimos cursos, ya que era imposible que asistiesen los alumnos de primero y segundo, algo que lamentó.
Estaba hablando con otros profesores cuando de repente sintió un escalofrío en la espalda y de alguna manera lo supo, sabía que él acaba de llegar. Se dio la vuelta y lo vio, allí estaba, apoyado contra la pared al lado de la puerta, sonriendo con malicia. Estaba tan atractivo que quitaba la respiración, pero ella mantuvo el tipo. Le sonrió, él le hizo una reverencia burlona y un par de minutos después comenzó la clase.
En todo momento fue consciente de que él no le quitaba la vista de encima y que estaba pendiente de todo lo que decía. Lo miró de pasada varias veces, haciendo como que recorría con la vista a todos los asistentes y vio que se sentía fascinado, algo que la hizo muy feliz.
Tras dos horas de clase, llegaron las preguntas y así estuvieron otra media hora. Al final la aplaudieron y todos fueron abandonando la sala, hasta que se quedaron ellos dos solos.
Él subió al escenario y antes de que ella pudiese decir nada la agarró por la cintura y por el cuello para besarla de manera de manera suave pero apasionada. Beso que ella correspondió sin cortarse.
Cuando se separaron, él la miró con admiración pero también vio algo más a lo que no quiso ponerle nombre.
— Estoy muy orgulloso de ti. Los tenías en la palma de tu mano, se sentían fascinados y creo que se han enamorado de ti. Estoy celoso, aunque puede que eso juegue en mi favor. — Mientras le decía eso, le acarició una mejilla con suavidad.
— Eso es porque no me tienen como su profesora, si lo fuese lo más probable es que todos echasen pestes de mí. — Aunque su tono era divertido, no estaba ausente de razón, porque entre sus estudiantes tenía fama de dura por el nivel tan alto que exigía.
— Me parece normal que exijas mucho, tenéis en vuestras manos las vidas de las personas y los errores no están permitidos. Aunque ahora olvídate de eso, te invito a comer.
— ¿No empezaste ya con los ensayos del musical? — Se había soltado de su abrazo y se apoyaba contra la mesa, aunque sabía que fue porque él se lo permitió.
— Empiezo esta tarde y voy a estar bastante ocupado, por eso vine a verte dar clase. Durante los próximos días estaremos ensayando hasta muy tarde, a lo que hay que sumar pruebas de vestuario, sonido, maquillaje, peluquería y demás. — Estaba contrariado. Tenía poco tiempo para estar con ella y convencerla y perdería mucho con el musical. Parecía que la diosa Fortuna no estaba de su lado.
— Deja de quejarte, he visto vídeos de otros musicales tuyos y los has disfrutado al máximo. — Su suave recriminación teñida de diversión no ocultaba que sabía lo que él quería decir, pero decidió no profundizar en el tema. Se creó un momento de tenso silencio que se rompió porque el estómago de ella decidió entrar en escena, algo que la hizo sonrojarse. Ante eso, él se rió a mandíbula batiente, lo que incrementó la vergüenza de Sara. Se acercó a ella sonriendo y la cogió de la mano para sacarla de allí, al mismo tiempo que le ayudaba a llevar sus cosas.
— Vamos a dar de comer a ese escandaloso amigo tuyo, porque si no, va a seguir dándonos la lata todo el día. — Y no pudo evitar volver a reírse mientras ella lo miraba echando chispas.
— El día que te pase a ti ya veremos quién se ríe y quién pasa una gran vergüenza. — Estaba a la defensiva pero también había deseos de venganza.
Él se volvió hacia ella y se acercó hasta quedar casi pegados la miró de manera posesiva durante un momento antes de dejarla sin respiración por lo que le dijo.
— Sólo tengo hambre de ti y estoy deseando que llegue el día en que pueda saciarla, si es que lo llego a hacer. — Y sin darle tiempo a replicar la sacó de allí y la llevó a un restaurante de unos amigos suyos que los llevaron a un privado para que nadie les molestase. Mientras duró el viaje y durante la comida mantuvo un ambiente distendido contándole anécdotas y cómo había sido su vida desde que se fue, al mismo tiempo que la sometía a ella al tercer grado.

— Por cierto, ¿tienes que ir hoy al hospital? Lo siento, con eso de que voy a empezar los ensayos no me dio por pensar que tuvieses que ir a trabajar. — Su tono arrepentido la hizo sonreír.
— No, ya estuve esta mañana y la niña a la que operamos ayer va mejorando poco a poco, aunque sigue sedada. — Su tono cariñoso le hizo fruncir el ceño, algo que no se le pasó a ella.
— ¿Sabes? Cuando hablas de los niños a los que operas cambias por completo. Tanto tu voz como tu mirada se suavizan mucho, por no hablar de que sonríes con más frecuencia.
— Puede que sea porque me siento más cómoda con los niños que con los adultos.
— ¿No te sientes cómoda conmigo?
— Contigo me siento más bien en una montaña rusa. — Su tono divertido lo hizo sonreír, pero antes de que pudiese contestar, sonó su teléfono. Estuvo hablando un par de minutos hasta que pudo colgar.
— Lo siento, el director del musical, me ha pedido que esté en el teatro en media hora, así que tenemos que irnos ya, lo siento. — Estaba molesto por eso pero ella sonrió.
— Tranquilo, es lógico, un musical lleva mucho tiempo y esfuerzo, por lo que los ensayos tienen que ser más intensos. — Se levantó y cogió sus cosas mientras él iba a pagar la cuenta. Al cabo de un momento regresó y de nuevo la ayudó a llevar todo el material que había llevado para la clase.
— Te acompañaré a casa.
— No hace falta, podrías llegar tarde y te abroncarán.
— No te preocupes, llegaré a tiempo. Además, no sería un caballero si no lo hiciese. — Su sonrisa de suficiencia la hizo suspirar exasperada.
— Cabezota. — Se lo dijo en español y él se la quedó mirando extrañado, así que se lo tradujo antes de que le preguntase, aunque con eso sólo se ganó una sonrisa de superioridad.
— No más que tú.


Cuando llegaron al bloque donde ella estaba viviendo se empeñó en acompañarla hasta su piso y ella tuvo que acabar cediendo porque si no, aquella discusión se eternizaría y él llegaría tarde.
— Bien, hemos llegado. Ahora ya te puedes marchar tranquilo.
— No sin antes repetir postre. — Y volvió a besarla con urgencia. Cuando se separó, ella tenía la mirada desenfocada, lo que le hizo sonreír con satisfacción. — Espero poder llamarte en cuanto acabe.
— Está bien. Mucha suerte y ánimo. — Seguía con la respiración agitada. Él le acarició la mejilla con ternura y dándole un beso rápido se marchó corriendo.

DOS SEMANAS MÁS TARDE

Estaba iracundo, no había otra palabra para definir su estado de ánimo. Había perdido dos semanas de estar con ella por culpa de los trabajos de ambos. Tan sólo habían podido hablar por teléfono y eso no era suficiente para él y para empeorar la situación, no sabía qué sentía ella respecto a todo aquello, porque cuando no bromeaba sobre el tema, se dedicaba a sermonearle para que se centrase en el musical.

Aquél era día del estreno y él había conseguido una de las mejores entradas para que fuese a verlo. La guardó en un sobre con el nombre de ella, y en la puerta del teatro se la entregó a un mensajero al que le dio la dirección del hospital y dónde tenía que buscarla.
Estaba nervioso, a las ocho sería la primera función, pero aún quedaban muchas horas para eso y se preguntaba qué diría ella al verlo actuar.
Un cuarto de hora más tarde recibía un mensaje de Sara: “Muchas gracias por la entrada, iré a verte. Ánimo.”
Al verlo hizo que su autoestima subiese bastantes puntos y deseó que el tiempo corriese más deprisa para que al verlo, quedase fascinada con su actuación.
Llegó la hora de la representación y ella no fue, la butaca se quedó vacía. Toda su alegría, su emoción, sus fantasías, se fueron por el desagüe, mientras que la rabia, el dolor y la frustración se apoderaban de él.

Al final de la representación, después de todas las felicitaciones de rigor, declinó la invitación de ir a celebrar el éxito que habían conseguido arguyendo que no se encontraba bien lo que de alguna manera era cierto. Todos le desearon una pronta recuperación, les dio las gracias con una sonrisa y se marchó rumbo a casa de Sara.

Al llegar tocó el timbre, pero nadie le abrió, no estaba en casa, la llamó al móvil, pero éste volvía a estar desconectado. Maldijo en voz baja para no llamar la atención de los vecinos y se puso a pasear arriba y abajo por delante de su puerta, aunque al final se apoyó contra ella para esperar su regreso.
Media hora más tarde escuchó el ascensor abriéndose y un momento después la vio aparecer. Cuando se dio cuenta de su presencia, inspiró con fuerza, sabía que se avecinaba una pelea y no tenía fuerzas suficientes para eso.
— Hablemos mañana, estoy cansada. — Apenas lo había mirado mientras se acercaba y abría la puerta.
— De eso nada, vamos a hablar ahora mismo. — Y sosteniendo la puerta antes de que la cerrase, se coló en su casa. Vio que dejaba las cosas en el salón y se encaró a él.
— Bien, di lo que tengas que decir y que sea rápido. — La furia estaba reemplazando al cansancio y él sonrió satisfecho por eso.
— ¿Se puede saber por qué no viniste a verme? Te estuve esperando hasta el último momento, incluso pensé que llegarías al poco de empezar la función. No me llamaste, no me enviaste ni un mísero mensaje, ¿sabes cómo me sentía? — La había agarrado por los brazos apretándoselos con fuerza y a pesar de los intentos que ella hizo para soltarse, no pudo.
— ¿Y no sabes que soy médico? ¿Que los pacientes no tienen un horario fijo para ponerse enfermos? Cuando estaba a punto de irme llegó un corazón para un niño que tenía prioridad absoluta y como comprenderás, prefiero salvar una vida en vez de irte a ver a cantar. — Si las miradas pudiesen matar, él ya estaría muerto.
— ¿No pudiste avisarme? ¿Tanto trabajo te costaba? ¿O es que para ti soy sólo una diversión? ¿No te importa lo que puedo sentir?
— ¿Avisarte? — Su estupefacción era patente. — ¡La vida de un niño de cinco años pendía de un hilo señor importante! — Decidió jugar sucio y darle un rodillazo que lo hizo encogerse de dolor, aprovechándolo para alejarse de él. — ¿Tener en cuenta tus sentimientos? ¿Has tenido tú en cuenta los míos alguna vez? Desde que me viste tan sólo quisiste poseerme a como diese lugar. Y ahora márchate de aquí y no vuelvas a aparecer, olvídate de que nos reencontramos, porque es lo que yo haré. — Se dirigía a abrir la puerta pero él la agarró por un brazo, la atrajo con fuerza hasta él, dejándolos pegados y agarrándola sin delicadeza la besó con fuerza y de manera violenta, dejando salir toda su frustración, rabia, dolor, ira y despecho.
Las emociones de ella eran comparables a las de él y le devolvió el beso de la misma manera para hacerlo sufrir, para que viese lo que podría haber tenido y no conseguiría. Él la soltó un momento y ella aprovechó para abofetearlo, lo que volvió a espolearlo para retomar el beso pero con más fuerza si era  posible. Así estuvieron un par de minutos, hasta que al final él se separó de ella para asestarle una puñalada en el corazón.
— Tu cobardía, tus miedos y tu egoísmo te van a hacer perder aquello que más felicidad te podría aportar, pero ya no me importa lo que sea de ti. — Y se marchó dejándola sufriendo un grave caso de frustración sexual pero también con el corazón destrozado por aquellas palabras tan crueles.

Sara se había quedado en el mismo lugar donde él la había dejado, no podía moverse a causa del dolor que sentía. Cerró los ojos y cerró las manos en puños apretándolos con fuerza, concentrándose en el dolor que le producían para no llorar pero fue algo infructuoso, porque enseguida las lágrimas empezaron a correr por su rostro sin que pudiese pararlas.
Sentía que le acababan de arrancar el corazón y se lo habían pisado. Se llevó la mano al pecho y se encogió, le dolía, mucho y no creía que aquella herida fuese nunca a cicatrizar.

No sabía cuánto tiempo llevaba llorando cuando sonó el timbre. Se limpió las lágrimas como pudo y se sonó con fuerza antes de ir a abrir. Se preguntaba quién podía ser a esas horas, pero cuando abrió la puerta se quedó estupefacta, allí estaba él otra vez y al verla con aquel aspecto maldijo en silencio, la agarró por el cuello y la besó, pero esta vez con suavidad, de manera lenta, como pidiéndole perdón por lo que había sucedido antes.
Tras un momento aplastada por aquellos brazos tan poderosos contra aquel torso tan ancho que tantos pensamientos salvajes le había producido, la agarró por los glúteos, poniéndole las piernas alrededor de su cintura y la llevó hasta el dormitorio.
Una vez allí la depositó con cuidado sobre la cama y se puso a su lado mientras la observaba en silencio acariciándole el rostro, para volver enseguida a besarla, esta vez con pasión y desesperación, aunque se separaron cuando él le quitó el jersey y la camiseta que llevaba debajo de éste, con un solo movimiento, dejándola tan sólo con el sujetador de raso verde oscuro que recibió una mirada de aprobación por su parte.
Ella no se limitó a recibir las atenciones de él y empezó a desvestirlo, porque quería verlo desnudo para poder disfrutarlo como tantas veces había imaginado. Cuando su torso quedó al aire, ella lo empujó sobre la cama y se puso a horcajadas, haciéndolo sonreír con anticipación.
Sara lo besó con fuerza mientras dejaba vagar sus manos por aquel torso tan poderoso que despertaba sus instintos más primarios. Abandonó su boca para trasladarse a su mandíbula. Siempre le había fascinado la fuerza que poseía y se había sentido muy atraída por ella. Cuando lo oyó gemir de placer, sonrió con satisfacción y fue bajando por su cuello hasta bajar a su torso, al que dedicó una gran atención, llenándolo de besos, lametones y mordiscos que lo hacían gemir mucho más.
Volvió a subir para besarlo en la boca mientras le desabrochaba el cinturón para abrirle el pantalón y en cuanto lo consiguió, metió una de sus manos bajo sus boxers, cogió su pene y empezó a acariciarlo, mientras él seguía gimiendo de placer. Ella lo observaba entre beso y beso, disfrutando del poder que estaba teniendo sobre él, pero sobre todo al verlo disfrutar de aquella manera. Aumentó el ritmo de sus caricias, llevándolo al límite, momento en que él la detuvo.
— Ni hablar, no pienso llegar al orgasmo hasta que esté dentro de ti y te haya hecho alcanzar al menos dos orgasmos antes. — Le sacó la mano de sus boxers y antes de darle la vuelta le quitó el sujetador dejando sus pechos desnudos. Eran grandes y él los cogió con reverencia, acariciándolos con cuidado, excitándola poco a poco. Ella cerró los ojos y se arqueó hacia él, que se llevó sus pechos a su boca por turnos, mientras excitaba el otro con una mano. Usó la lengua para excitar el pezón, para después pasar sus dientes entre ellos. Rodeó los pechos de besos, para después ir bajando poco por su torso hasta llegar a la parte inferior de su vientre.
Ella gemía de placer y frustración mientras enredaba sus manos en el pelo de él, que le desabrochó los pantalones, bajándoselos de un golpe junto con las bragas y quitándole luego los calcetines de colores.
La observó un momento en silencio y ella vio verdadera fascinación en su mirada, algo que la hizo feliz.
— Eres preciosa, mucho más de lo que siempre había imaginado. — Empezó a recorrerle las piernas mientras se las llenaba de besos y caricias, sobre todo en las corvas. Siguió ascendiendo y separándole más las piernas, hasta que llegó a su entrepierna. Empezó a acariciarla, mientras ella gemía y se arqueaba pidiendo más. La penetró primero con un dedo y luego con otro más usando un ritmo lento primero, para luego ir incrementándolo. La besó con fuerza mientras seguía ese ritmo hasta que la hizo llegar al orgasmo por primera vez.
Sonrió con satisfacción al ver sus ojos empañados por el placer, la besó de manera rápida y entonces bajó su cabeza hasta su pubis, besándola y lamiéndola, para luego chuparle el clítoris, haciéndola gemir y retorcerse mientras le clavaba los dedos en los hombros, algo que lo llenaba de satisfacción.
La llevó una y otra vez hasta el borde hasta que le pidió que la dejase correrse. Cuando la vio llegar de nuevo al orgasmo quiso gritar de júbilo. Apenas le dio tiempo a recuperarse, sólo el que le llevó despojarse de toda su ropa, coger un preservativo y ponérselo, para entrar en ella de una sola embestida que la hizo abrir los ojos y contener su respiración mientras se abrazaba a él con fuerza y le mordía un hombro. Él se quedó quieto durante un momento y con el ceño fruncido.
— ¿Cómo es que…? Está visto que los españoles son imbéciles. — Y sin darle tiempo a responder, la besó, poniendo en ese beso todo su amor, algo que a ella no se le pasó. Un momento después se retiró para volver a entrar con fuerza. Le puso sus piernas alrededor de su cintura para aumentar la penetración y mientras, con una de sus manos le acariciaba los pechos. Ella por su parte, no paraba de acariciarle y arañarle, para luego agarrarle los glúteos intentando llevarlo más dentro de ella. Los besos se volvieron apremiantes y desesperados, hasta que como él le había dicho, la hizo correrse con él. El orgasmo fue tan grande que los dejó a ambos exánimes.
Cuando salió de ella, fue al baño a tirar el preservativo y en cuanto volvió a la cama, la abrazó con fuerza, haciéndola sonreír de felicidad mientras  reposaba su cabeza en su pecho, sobre su corazón y lo abrazaba con fuerza. Al cabo de unos momentos, ambos dormían profundamente.

Él fue el primero en despertarse y aprovechó ese tiempo para observarla mientras dormía. No se pudo resistir a dibujar su rostro con sus dedos, pero teniendo cuidado de no despertarla. Sonreía como un tonto porque no se creía que por fin fuese suya, su sueño se había cumplido. No se pudo resistir a besarla con suavidad en los labios antes de volver a cerrar los ojos mientras la abrazaba con fuerza.

A las siete de la mañana la realidad invadió su mundo en forma de alarma de móvil. Sara se puso a buscarlo pero no lo encontraba, hasta que recordó que todas sus cosas habían quedado tiradas en el salón. Iba a salir de la cama para cogerlo, cuando se dio cuenta de que estaba desnuda. A su lado escuchó una risa y al volverse, lo vio a él disfrutando del ataque de timidez que estaba sufriendo, algo que la molestó bastante. Fue a pegarle, pero él la agarró, la besó con rapidez y salió de la cama, se puso los boxers y fue en busca del teléfono.
Cuando regresó ella había conseguido ponerse la ropa interior y una camiseta, larga.
— Aquí tienes. — Le entregó el teléfono con una reverencia burlona.
— Presuntuoso. — Su tono defensivo lo divirtió y eso la molestó aún más.
— La verdad que me hubiese gustado verte salir desnuda de la cama… — Al verla con el ceño fruncido decidió parar la broma. — Me temo que tenemos que volver a la realidad pero espero que sepas que esto no se acaba aquí, ¿lo has entendido? — Se había acercado a ella para agarrarla por la cintura y mirarla con seriedad.
— Lo sé. — El sonrojo de ella no disminuía, así que se apiadó y decidió hacerle las cosas más sencillas.
— Por cierto, tengo hambre, ¿tienes algo decente que me pueda servir de desayuno? — Le estaba poniendo cara de gatito abandonado, lo que la hizo reír.
— Nada de desayuno coreano me temo. Cacao o café, fruta y yogures, ¿te sirve? — Su petulancia lo hizo sonreír. A él le encantaba comer y siempre tenía que controlarse. Suspiró de manera trágica y fingió resignación al contestarle.
— Tendrá que servir. — Se vistieron y fueron a la cocina donde él la ayudó a preparar el desayuno y luego a fregar y recoger. Aprovecharon para hablar de temas cotidianos y ella se enteró de que ese día él también tenía representación, por lo que decidió que se haría con una entrada y lo sorprendería.
Se despidieron en el portal con un beso y cada uno encaró ese nuevo día con más alegría.

La bomba cayó a las tres de la tarde hora coreana. Seguía en el hospital visitando a los niños, hablando con ellos y los padres. Que aunque al principio mostraron reservas al ver sus ojos, al ver cómo se preocupaba por sus hijos y cómo interactuaba con ellos, la trataron como a uno más. Cuando una enfermera fue a buscarla para decirle que el director quería verla.  
— Me ha llamado el director de su hospital en España, me han pedido que la deje regresar antes porque la necesitan con urgencia. En cuatro días tiene que estar allí. — El hombre estaba contrariado, no la quería dejar marchar, pero apenas se percató de eso, porque aquella noticia la había dejado devastada. Pensó que tendría más tiempo con él antes de irse pero de nuevo la diosa Fortuna decidía por ella. — Será mejor que se apure a arreglar todas sus cosas aquí y preparar el viaje. Quiero agradecerle todo lo que ha hecho por nosotros y la preocupación que ha mostrado por los niños. — Y le hizo una reverencia, que ella correspondió de manera automática.
— Ha sido un placer y ahora me voy a prepararlo todo para mi regreso a España. — El director sólo asintió mientras ella salía sin haberse recuperado de la conmoción.

Llamó a la enfermera que había estado con ella desde que llegó y al darle la noticia se mostró bastante descontenta con su marcha, pero la ayudó a arreglar todo el papeleo del hospital y el piso y recoger sus cosas. Antes de irse decidió pasarse a ver a los niños y despedirse de ellos. Se mostraron tristes por su marcha y le pidieron que se quedara, pero les tuvo que explicar que tenía que regresar porque la necesitaban en su país. Cuando salió de allí estaba bastante desanimada, cogió todas sus cosas y salió del hospital al que no volvería.
Cuando llegó al piso, reservó el billete de avión, que salía al día siguiente por la noche.
Inspiró con fuerza, cogió el teléfono y le envió un mensaje diciéndole que ese día mirase al patio de butacas. Su respuesta no se hizo esperar: “No te perderé de vista.” Aquello la hizo sonreír con tristeza.
Fue a ducharse, después comió algo rápido, se cambió y fue al musical.
Él la había localizado de inmediato y siempre que podía la miraba. Estuvo espectacular, la gente aplaudió enfervorizada cuando acabó la representación y al saludar todo el elenco, él no apartó la mirada de ella, que le sonrió feliz.
Al salir del teatro recibió un mensaje suyo: “Espérame en la entrada principal.”
Diez minutos después allí estaba, sonriendo de felicidad y en cuanto la tuvo al alcance de su mano, la atrajo hacia él, la abrazó con fuerza y la besó con fervor.
— Has estado espectacular, fantástico. Has emocionado a todos los asistentes y lo sabes. — Se había agarrado a las solapas de su chaqueta y sonreía con petulancia. Él volvió a sonreír y besarla pero una llamada los interrumpió. Maldijo en silencio y sacó su móvil de uno de sus bolsillos traseros.
La conversación fue breve, pero su expresión se volvió pétrea. Cuando colgó volvió a maldecir.
— ¿Qué pasa?
— Mañana tenemos que irnos a Japón para un especial y no volveremos hasta dentro de tres días. Si ya teníamos poco tiempo, ahora es peor. — La miraba con desesperación, mientras le ponía una mano en una de sus mejillas. Ella le sonrió para animarlo.
— Entonces aprovechemos las horas que nos quedan. Esta noche quiero ir a tu casa, quiero saber cómo es y si está tan desordenada como suelen estarlo las de los ídolos. — Su pequeña burla lo hizo sonreír y la abrazó con fuerza.
— Está bien, te llevaré, pero a lo mejor te llevas una decepción, nunca se sabe.
Cogieron un taxi y poco después llegaron al piso de él, que estaba bastante ordenado para lo que se solía ver en los programas, pero bueno, no era ningún adolescente para tener la casa manga por hombro.
Dejó el dormitorio para el final y cuando llegaron, la empujó hacia la cama, se puso encima e hicieron el amor con desesperación. Él creyendo que estarían separados tres días y ella sabiendo que no, que ésa sería la despedida.

A las siete tuvieron que levantarse, porque él tenía que marcharse de inmediato a Japón pero antes tenía que pasarse por la empresa, ya que se irían todos desde allí. Se despidieron en el portal con un beso apasionado.
— Cuando vuelva de Japón tendrás que responderme a varias preguntas. Así que no se te ocurra desaparecer. — A pesar de su falsa amenaza, se notaba el miedo, porque sabía que les quedaba poco tiempo y que ella no había dicho nada sobre cómo se sentía.
— Céntrate en lo de Japón y ya hablaremos con tranquilidad. — Él puso los ojos en blanco y suspiró exasperado, mientras que ella sonreía divertida ocultando el dolor que sentía. La volvió a besar y cada uno se marchó en una dirección.

Cuando llegó al piso, hizo las maletas, recogió todo, escribió una carta y se fue. Se había vuelto a repetir la escena que había tenido lugar años atrás en el instituto, lo que la hizo sonreír con amargura.
Una vez en el aeropuerto pensó en lo que diría él al leer la carta que le había dejado en el buzón de su casa y en la que le explicaba el motivo de su marcha, así como una confesión de lo que de verdad sentía por él.
Aunque antes de subir al avión decidió enviarle un mensaje muy simple: “Te amo.” Y apagó el teléfono. Pensaría que estaba en el quirófano y no se preocuparía.

DOS MESES MÁS TARDE

Sara trabajaba como una autómata y tan sólo parecía persona cuando estaba con los niños.
Esos dos meses habían sido una tortura. No había tenido noticias suyas, aunque supuso que la odiaba por la manera en que lo había dejado y había renunciado a lo que podrían haber tenido, o quizá sólo había sido una diversión para él.
No quería pensar, así que se puso a ordenar los libros de las estanterías, que la mantendrían ocupada un buen rato antes de hacer la ronda.
Llamaron a la puerta y justo en ese momento sintió cómo la misma sensación que había tenido en la universidad la volvía recorrer. Se recriminó su estupidez e hizo entrar a quien quiera que estuviese al otro lado sin mirar a su visitante mientras seguía con su tarea.
— ¿Sucede algo? — Su indiferencia dejaba bien claro que a menos que fuese algo grave, no iba dejar aquello.
— Sí, que voy a tener que enseñarte cómo comunicarte con las personas. — Sara se quedó estupefacta al escuchar su voz, se dio la vuelta y al verlo, las fuerzas la abandonaron y cayó al suelo de rodillas.
— Dios mío, Changmin … — Allí estaba él, Lee Changmin, espectacular, vestido de negro de pies a cabeza y que se acercó a ella con expresión preocupada para levantarla del suelo, cogerla en brazos y sentarse con ella en la camilla que había en su despacho.
— Veo que mi llegada te ha impresionado. — Su tono era divertido, pero ella no podía dejar de mirarlo mientras las lágrimas recorrían su cara. Él se preocupó, sacó un pañuelo y la limpió con delicadeza. — No llores, tranquila, todo está bien. No tuviste noticias mías estos dos meses, porque primero estuve muy cabreado con la manera en que te fuiste y cuando se me pasó el cabreo tardé en decidirme qué hacer, y cuando lo hice, me llevó tiempo arreglarlo todo para poder venir.
— Pero… ¿por qué…?
— He venido para decirte que me estás haciendo pasar por un infierno y que no me iré hasta que respondas a mis preguntas con un sí. — Y sin darle tiempo a responder, la besó de manera apasionada y desesperada pero con amor que ella correspondió y que casi lo hizo gritar de júbilo. Había ganado y ya era suya, como siempre había soñado.


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