¡Vamos a estrenar el blog! ¿Y qué mejor que hacerlo que con un magnífico Oneshot creado por las maravillosas manos de ? No voy a entretenerme en parafernalia... ¡comenzad a leer, disfrutad y comentad!
REENCUENTRO
by @Ari2PMAM
No sacar ni publicar en otro lugar sin consentimiento de la autora y dar los respectivos créditos.
AVISO IMPORTANTE: Este fanfic contiene relaciones sexuales explícitas.
Tres días de descanso, no estaba mal, aprovecharía para
desconectar de la ciudad y marcharse a algún lugar en la costa donde no hubiese
demasiada gente, aunque bueno, teniendo en cuenta que estaban en pleno otoño,
tampoco es que hubiese mucha gente por las playas.
Los ensayos para su siguiente musical empezaban a la semana
siguiente y acababan de terminar las promociones de su último trabajo que
habían sido un éxito rotundo. Volvieron a ganarse el favor de crítica y
público, que no pararon de alabar la gran calidad de sus canciones, en las que
él había tomado parte, así como en las colaboraciones con famosos músicos y
compositores.
En cuanto llegó a casa metió en una bolsa algo de ropa, bajó
al garaje y cogió el coche poniendo rumbo a la zona de costa más cercana.
Este viaje no suponía sólo una desconexión del trabajo, como
les había hecho creer a todos. Desde hacía más o menos un mes, había tenido el
mismo sueño y eso lo estaba atormentando. Cada noche la misma mujer aparecía en
sus sueños y aunque no la podía ver bien, algo en ella le resultaba
extrañamente familiar pero no sabía por qué. En su sueño luchaba para poder
acercarse a ella, pero cuanto más lo hacía, más borrosa se volvía su imagen,
haciéndolo sentir impotente y con una gran sensación de pérdida.
Estaba de vuelta en Corea, no se lo creía, había jurado que
no regresaría pero allí estaba otra vez, lo que la hizo sonreír de manera
mordaz mientras observaba el mar. Estaba sentada en la arena, tratando de
encontrar algo de paz mental, porque lo que se le venía no era una tarea fácil,
aunque su mente lo que hizo fue viajar atrás en el tiempo.
Era una mestiza y no faltaba ocasión en la que se lo
recordasen pero sabía que los insultos que recibía eran por pura envidia. Lo
único que indicaba su mezcla de sangre eran sus ojos algo rasgados, el resto
era todo herencia de su padre, el color azul de sus ojos, su altura que
sobrepasaba la media coreana para las mujeres, aunque también era más alta que
muchos coreanos, porque su metro setenta y cinco hacía que muchos de ellos se
sintiesen incómodos, incomodidad que ella fomentaba usando tacones alguna que
otra vez. Su cabello era castaño claro, rizoso y lo llevaba en media melena
capeado, fácil de recoger en una cola de caballo cuando era necesario.
Aquí había nacido y sido criada, pero nunca se sintió
coreana, su carácter, su personalidad no encajaban para nada con la forma de
ser de los coreanos. Ella era pasional, de carácter fuerte y siempre decía lo
que pensaba, algo que en Corea no estaba bien visto.
Sólo una vez en su vida perdió el deseo de marcharse de
Corea, pero había sido un estúpido sueño de juventud al enamorarse por primera
vez de un chico, al que el resto de sus compañeras no hacían el más mínimo caso
porque su físico no era para nada el que ellas exigían.
Sacudió la cabeza para olvidarse de todo aquello, como se
solía decir: “Agua pasada no mueve molino”. Sí, nada como el español para ella
y había sido el idioma que había usado siempre que podía, dejando el coreano
para lo mínimo imprescindible, algo que había sacado de quicio a su madre.
Cerró los ojos, respiró hondo, llenándose los pulmones con
el aire salado del mar y dejó que el viento la despeinase. En poco tiempo se
acabaría su libertad, por lo que decidió disfrutar a tope antes de volver a
Seúl, donde enseñaría las últimas técnicas en cardiocirugía pediátrica.
Había llegado a su destino, observó el mar un momento desde
su coche, antes de bajarse. Cogió el abrigo y nada más ponérselo, inspiró hondo
con los ojos cerrados, estiró los brazos y sonrió.
Un momento después empezó a caminar pero se paró de golpe al
ver a una mujer sentada en la arena mirando el mar. Su corazón dio un vuelco y
su cara mostraba una incredulidad que a un espectador le habría resultado
cómica. Se quedó quieto como una estatua y tardó un momento en recobrarse,
porque la mujer que estaba viendo era la que había estado apareciendo en sus
sueños y ahora por fin pudo entender por qué le resultaba familiar, habían
pasado los años, sí, pero no la había podido olvidar, habían sido compañeros de
clase en el instituto, fue durante el último año, para él, el mejor de todos a
pesar de que tan sólo hablaron una vez y el final de todo aquello no fue para
nada bueno aunque no pudo evitar sonreír con tristeza ante ese recuerdo.
— ¡Oh Dios cómo duele! — Había escuchado suficientes veces
ese idioma para saber que era español y conocía de sobra a la dueña de esa voz,
Sara, la chica más popular del instituto, pero también la más inaccesible y
fría de todas cuantas hubiese conocido. Ella y su hermano habían llegado a la
semana siguiente de empezar el curso, cuando entró en clase, su saludo fue frío
y el escrutinio al que sometió al resto de la clase les hizo sentir un
escalofrío en la espalda y por lo que había escuchado, su hermano, un año menor,
había causado el mismo efecto en la suya.
La clase había reaccionado de dos maneras, los chicos se
habían vuelto locos y a las chicas las corroía la envidia, aunque ella pasó
olímpicamente de todos, se sentó en su sitio y desde aquel día no había vuelto
a intercambiar una palabra con nadie y por si las chicas no estaban ya
amargadas, el que resultase ser un genio en los estudios hizo que la inquina
hacia ella aumentase, pero le bastaba una mirada para congelarlas en el sitio y
que se quedasen quietecitas.
Al principio se sintió intimidado, poco después empezó a
corroerle la curiosidad y al final acabó enamorado de ella, pero sabía que era
algo imposible, puesto que él no era guapo ni tenía buen físico.
— Vaya, tiene mala pinta, ¿necesitas ayuda? — Se había
agachado a su lado pero tanto su voz como su mirada mostraba inseguridad. Ella
levantó la mirada de sus rodillas destrozadas y al mirarlo de frente fue como
si una corriente eléctrica recorriese todo su cuerpo. Aquellos ojos azul turquesa
siempre provocaban que perdiese por un momento el hilo de sus pensamientos.
—Sí, gracias, me vendría bien. — Ella le dirigió una leve
sonrisa que le hizo saltar interiormente de felicidad. La ayudó a ponerse en
pie y pasándole un brazo por la cintura y otro por los hombros de él, fueron
caminando de manera lenta hasta la enfermería, aunque apenas habían andado unos
cinco metros, cuando al ver su cara demudada por el dolor decidió ser más
radical y la cogió en brazos, haciendo que ella se sorprendiese y se agarrase
con fuerza a su cuello, algo que le hizo esbozar una pequeña sonrisa de
satisfacción.
— ¿No estás mejor así? — Le sonreía tratando de distender el
ambiente y de paso prolongar la conversación.
— Sí, porque al parecer mi tobillo derecho también salió
bastante dañado. — Su voz era normal, pero el sonrojo la delataba y eso le hizo
hinchar el pecho de satisfacción masculina, aunque al mirar al tobillo vio que
estaba muy hinchado, por lo que se centró de inmediato en lo que más prisa
corría, la salud de ella y la llevó corriendo a la enfermería.
— ¿Qué ha sucedido? — No habían entrado cuando la enfermera
comenzó el interrogatorio. Ella no dijo nada hasta que él la dejó sobre la
camilla con mucho cuidado y en vez de marcharse, se quedó a su lado.
— Iba corriendo, tropecé y me caí.
— Pues menuda caída, tus rodillas y tu tobillo tienen un
aspecto espantoso. — Su tono ácido le hizo esbozar una pequeña sonrisa
sarcástica.
— Muchas gracias, no me había dado cuenta de eso. — Su tono
sarcástico hizo que la enfermera sonriese, mientras que él observaba en
silencio esta pequeña conversación, porque era la primera vez que la veía
hablar tanto con alguien.
— Tú, será mejor que te quedes a su lado y le sirvas de
apoyo porque la cura le va a doler bastante. Esto no será más que algo de
emergencia, porque de aquí tendrás que ir directa al hospital para ver si
tienes algo roto, ¿entendido? Como toda respuesta obtuvo un ligero
asentimiento. — Bien, pues cuanto antes empecemos, antes acabaremos. — Y así
empezó a curarle las rodillas.
Él se había sentado al lado de ella y la atrajo hacia él,
mientras la sostenía por los hombros. Ella, en cuanto sintió el fuerte escozor,
se agarró fuerte con ambas manos a su antebrazo, mientras evitaba chillar de
dolor. La cura de sus rodillas duró un buen rato, haciendo que ella perdiese
casi todas sus fuerzas y reposase su cabeza sobre el hombro de él, que durante
todo el proceso, no había parado de acariciarle uno de sus brazos dándole
ánimos.
— Bien, rodillas listas, vamos ahora a por el tobillo. — Le
quitó el zapato y el calcetín con cuidado, aunque no pudo evitar que esta vez
ella emitiese un pequeño grito de dolor, provocando que él la abrazase con más
fuerza.
Cuando acabó, tenía la cara empapada por las lágrimas y el
sudor, así que él se apresuró a secarle la cara con su pañuelo con delicadeza.
— Voy a llamar a tu casa para que te vengan a recoger y te
lleven al médico, ¿de acuerdo? — Ella sólo pudo asentir en silencio porque
estaba agotada. — En cuanto a ti, mejor vete a por las cosas de ella para
tenerlo todo listo cuando la vengan a recoger.
— De acuerdo. — Se levantó teniendo cuidado para evitar que
ella se cayese por la falta de fuerzas, pero al verla agarrarse al borde de la
camilla y respirar hondo para reponerse, se marchó más tranquilo.
— Justo la semana antes de que nos vayamos a España, te pasa
esto. — Esa frase lapidaria fue lo primero que escuchó tras volver a la
enfermería. La impresión fue tan fuerte que lo dejó paralizado en el vano de la
puerta, lo que atrajo la mirada de la madre de ella, que lo miró extrañado al
verlo con las cosas de su hija. — ¿Quién eres? — Él hizo una reverencia, le dio
los buenos días y se presentó, para acabar aclarándole que eran compañeros de
clase.
Desvió la mirada hacia ella, mientras terminaba de entrar en
la enfermería y al fijarse en ella vio que tenía la cara desencajada, no sólo
por el dolor, sino por la noticia que acaba de escuchar, dándose cuenta de que
ella también se acaba de enterar.
— ¿Podemos estar un momento a solas? Me gustaría despedirme
de él. — Su voz y su expresión volvían a ser las que siempre había visto en
clase.
— De acuerdo, en cuanto lo hagas, llámame para venir a
buscarte y llevarte al coche.
— No hará falta, él me llevará, al igual que me trajo hasta
aquí. — Su mirada directa y su voz llena de determinación dejaron bien a las
claras que no daría su brazo a torcer, así que su madre suspiró exasperada,
cogió sus cosas y salió de allí en dirección al coche en compañía de la
enfermera.
— Por tu cara, parece que también te acabas de enterar,
¿cierto? — Se había vuelto a sentar a su lado y la miraba de manera directa,
gesto que ella respondió.
— Sí, así es.
— ¿Volverás? — Procuraba mantener un tono neutro, aunque por
dentro estaba muerto de preocupación y quería decirle que no se marchase, pero
sabía que era inútil.
— No lo creo, nunca encajé aquí y por si no lo sabes, los
mestizos no es que seamos muy bien recibidos. — Su tono entre amargo y
resignado le hizo apretar la mandíbula con fuerza, mientras pensaba que con
gusto les patearía el culo a todas esas personas.
— Entonces hasta aquí hemos llegado. — Su tono filosófico
acompañado de una sonrisa hizo que la mirada de ella le provocase un escalofrío
en la columna.
— Se acabó el juego de la biblioteca. — Su sonrisa de
suficiencia y su tono de te he pillado, lo dejaron estupefacto.
— ¿Desde cuándo lo sabes? — Su voz era apenas audible y su
cara se había puesto blanca como el papel.
— Desde la tercera vez que sucedió. Al principio pensé que
como yo, huías de los grupos que se suelen formar en las primeras mesas y que
por eso buscabas el refugio de las mesas del final, pero enseguida me di cuenta
de que el motivo por el que siempre te sentabas en la silla de enfrente pero en
perpendicular a mí, era para observarme. — Vio cómo inspiraba con fuerza, abría
los ojos de manera desmesurada y su rostro pasaba del blanco al rojo. Aunque
ahora sería ella la que lo pasaría mal, porque no pensaba marcharse sin que
supiese la verdad. — Aunque la verdad es que me gustaba tenerte allí por las
mismas razones que tenías tú. — Lo miró de frente tras decir esto último y vio
que su sorpresa aumentaba, mientras trataba de asimilar lo que acaba de
escuchar.
— ¿Quieres decir…? ¿Quieres decir…? — No pudo continuar, no
se lo acaba de creer, no podía decirlo en voz alta por miedo a haber entendido
mal y parecer presuntuoso, ya que eso de que la chica más guapa del instituto
se fijase en él, era demasiado extraño.
— Sí, me gustas, me empezaste a gustar poco después de
conocerte, aunque siempre te observé de lejos, como tú hacías conmigo. La razón
por la que entonces no te dije nada y te lo digo ahora a punto de despedirnos
para siempre, es que estaba harta de sufrir desencantos y rechazos, pero no me
puedo permitir marcharme guardándome esto, porque sé que siempre me
arrepentiría. — Sonrió con resignación a la espera de lo que él le pudiese
decir, pero se dio cuenta de que sólo la miraba con azoramiento, no podía
reaccionar. — Bien, creo que es hora de que me lleves al coche para que pueda
ir al hospital, ¿no crees? — Él sólo pudo asentir, pero justo en el momento en
que él le pasó el brazo por la espalda, ella lo agarró del cuello y lo besó con
fuerza, provocándolo para que reaccionase, algo que tardó sólo un par de
segundos en hacer. De repente, una tormenta estalló entre ellos. Él la abrazó
con fuerza, la pegó a él y profundizó aún más el beso haciéndola gemir de
placer, pero ella no le iba a la zaga, porque si había algo que le sobraba a
ella era pasión, así que le mordió el labio, le arañó el cuello por debajo del
borde de la camisa para evitar que se viesen las marcas, mientras que él bajaba
la mano hasta el hueco de su espalda y la volvía subir hasta su cuello en una caricia que le
puso la piel de gallina. Estuvieron así unos cinco minutos, hasta que por fin
ella, viendo que aquello se les iba a ir de las manos, se separó de él tratando
de recuperar la respiración y darles tiempo para no mostrar señales de lo que
había pasado a quienes les viesen. Levantó la vista y vio en él una pasión
cruda y salvaje, pero cerró los ojos, para tratar de recuperarse de aquel beso
que lo había dejado tan mal como a ella o peor, porque su excitación era
visible.
— Mejor que nos pongamos en camino antes de que tu madre
venga a buscarte y descubra lo que ha pasado. — Su tono era duro y no admitía
lugar a réplicas. La cogió en brazos con el mismo cuidado que antes y salieron
de allí. Estaban casi llegando a la salida, cuando él de improviso le dio un
beso rápido, aunque al mismo tiempo cargado de pasión y amor. La miró, vio su
confusión y sonrió con satisfacción. — La próxima vez que nos veamos,
acabaremos lo que comenzamos aquí, te lo aseguro, porque sé que volverás.
— No te hagas falsas ilusiones, la vida da mil vueltas y no
podemos saber lo que pasará. —Esa aseveración había sacado su lado rebelde, no
soportaba esa actitud que él mostraba ahora.
— Eso lo veremos. — Su fuerte convicción sobre un futuro
reencuentro la hizo poner los ojos en blanco y no discutió más, que creyese lo
que le diese la gana. Cuando la metió en el coche, le dedicó una mirada seria y
llena de determinación. — Hasta pronto. — Y con esa despedida, cerró el coche y
la vio marchar, rumbo a su nueva vida.
— Creo que voy a ganar la apuesta, nunca sabrás que volví. —
Eso la hizo sonreír de manera agridulce, porque aunque ansiaba verlo, sabía que
sería una estupidez, él era una estrella, tenía millones de fans y lo más
probable es que la hubiese olvidado. Se levantó, quitó la arena de sus
pantalones y al darse la vuelta se quedó estupefacta, allí estaba, como si lo
hubiese convocado, pero no podía ser, tenía que ser una ilusión de su mente.
— Ha pasado mucho tiempo. — Se estaba acercando a ella
sonriéndole, algo que la hizo gemir en su interior, porque el efecto que le
provocaba era devastador. No se dio cuenta hasta muy tarde que se había
acercado demasiado a ella, lo que la puso muy nerviosa, pero no quiso
demostrarlo.
— Sí, bastante. ¿Cómo estás? — A pesar del viento frío que
hacía ella estaba muerta de calor.
— Bien, como puedes ver he cambiado un poco. — Sonrió de
medio lado, como burlándose de su antiguo yo.
— Sí, es bastante visible, la verdad, no hacía falta que me
lo dijeses. — Su tono duro la hizo querer darse una colleja, pero ya era
demasiado tarde para rectificar.
— Vaya, al parecer, no has perdido tu genio. — Abandonó su
sonrisa usando un tono burlón y una mirada dura.
— Marca de la casa, deberías de saberlo. — Su tono ligero y
su sonrisa de suficiencia le hicieron enarcar las cejas. Aunque reparó en algo
más importante para él, mientras ella se quitaba el cabello de la cara, no
llevaba anillo, algo que le hizo esbozar una sonrisa lupina.
— Y además de haber ganado la apuesta sobre nuestro
reencuentro, veo que eres libre.— Con un gesto de la cabeza señaló su mano
izquierda, algo que a ella la hizo sonreír.
— Para tu información, en España, esa tontería de los
anillos de pareja no se lleva. Ni tampoco ninguna de esas otras tonterías de ir
vestidos a juego y demás que te dan ganas de vomitar. — Su voz desprendía un
desprecio tan corrosivo como el ácido.
— ¿Tienes pareja? — Su tono serio y su mirada directa e
inquisitiva le dejaron bien claro que no admitiría ningún tipo de juego.
— No. — Y no dijo nada más, haciendo que él la mirase
divertido.
— Bien, en ese caso, creo que todo será más divertido. —
Aquel tono de suficiencia la hizo sonreír y torcer la cabeza de un lado a otro.
— No te lo tengas tan creído. — Y con eso, se puso en
camino, pero él la detuvo sujetándola por uno de sus brazos, provocando que
ella lo mirase en silencio ordenándole que la soltase.
— No te dejaré ir hasta que acabemos esta conversación. —
Volvía su tono duro que no admitía lugar a réplicas, algo que a ella no le
gustaba.
— Tengo que volver a Seúl. Me espera mucho trabajo y muy
poco tiempo, así que no tengo tiempo para escenas. — Ella forcejeó para
soltarse pero él tenía más fuerza y le resultó imposible soltarse.
— Suéltame ahora mismo, me estás haciendo daño. — Usó el
tono de voz que reservaba para los alumnos díscolos que hacía que éstos se
amedrentasen de inmediato. Aunque en este caso sólo logró que la soltase.
— Lo siento. — Estaba molesto, pero también frustrado porque
ella pretendiese dejar las cosas así. — Pero es que te ibas a marchar y no me
podía creer que pretendieses dejar las cosas así. ¿Es que vas a hacer como si
no nos conociésemos? — Estaba enfadado y se notaba a distancia. Ella respiró
con fuerza tratando de calmarse, puso los brazos en jarras y lo miró tratando
de controlar su mal genio.
— Por si lo has olvidado, sólo hablamos una vez, nada más.
No creo que eso nos haga muy amigos, ¿no crees?
— ¿Y con los que sólo hablas una vez haces lo mismo que
hiciste conmigo? — Su tono era hiriente, no se podía creer que para ella
aquello no hubiese significado nada. Aunque vio enseguida que el sonrojo cubría
su cara, lo que le proporcionó una pequeña satisfacción.
— Maldito seas, eso es un golpe bajo. — Lo miró enfadada por
mencionar aquello.
— No lo es y lo sabes. Ahora has vuelto y…— Aunque no pudo
acabar, porque lo interrumpió.
— ¿Y qué? ¿Pretendes que sigamos donde lo dejamos? Éramos
adolescentes. Ahora eres una estrella de la música, perteneces a un grupo muy
querido, famoso y conocido en todo el mundo. Estás considerado como uno de los
mejores cantantes gracias a esa prodigiosa voz que posees, ya no eres el mismo
que conocí en aquel entonces. ¿Y acaso no te importa lo que haya sido de mi
vida? — Había empezado a pasear arriba y abajo presa de la frustración, la
rabia y la tristeza, porque quería estar con él, pero era imposible. Aunque él
se sentía maravillado porque ella estuviese al tanto de todo lo que había
logrado y que encima le gustase cómo cantaba.
— Claro que me importa pero… — De nuevo se quedó con la
palabra en la boca.
— Soy cardiocirujana pediátrica, una de las mejores a nivel
mundial y aunque trabajo en España, me llaman de otros lugares del mundo para
que enseñe lo que sé y cuando tengo tiempo libre me dedico a enseñar. Dime,
¿pretendes que renuncie a todo eso por un sueño de adolescencia?
— Te sumerges en el trabajo y la investigación para evitar
tu vacía vida personal. — Aquello fue demasiado para ella y le propinó un
guantazo tan fuerte que hizo que le doliese la mano, pero se mordió el labio y
se tragó las lágrimas.
— Maldito cabrón. — Y tras eso se puso en camino.
Él tardó un momento en recuperarse del guantazo que le dejó
la marca en la cara y le había girado la cabeza a un lado, pero enseguida salió
tras ella y cuando le dio alcance, la agarró pero ella luchó contra él con
todas sus fuerzas, aunque no pudo soltarse. Para evitar que se hiciese daño y
de paso que se lo hiciese a él, la abrazó con fuerza pero ella siguió queriendo
escapar, así que desplazó una de sus manos a su cuello, la agarró y la besó con
fuerza. Ella quería escapar pero él siguió insistiendo hasta que finalmente
logró romper su resistencia y abrirse camino hasta el interior de su boca, que
recorrió con atención y cuidado, haciendo que ella gimiese de placer, aunque no
fue la única, porque ella no se quedó quieta y le respondió con la misma fuerza
y pasión, mientras subía sus manos por aquel torso firme y duro que tantos
estragos había provocado en su imaginación, para acabar enredando sus dedos en
su cabello.
Lo separó de un tirón, provocando que él la mirase molesto,
pero ella le sonrió son superioridad. Él trataba de acercarse para seguir besándola
pero ella lo esquivaba, algo que le hizo fruncir el ceño molesto. Ella se
acercó a él, rozó sus labios, le pasó la punta de la lengua por el borde de los
labios, excitándolo aún más por la leve caricia, antes de lanzarse de nuevo a
un beso apasionado que provocó una explosión de calor en ambos cuerpos,
mientras que la excitación de él iba aumentando de tamaño y él podía percibir
la excitación de ella. Empezó a cambiar sus manos de sitio para meterlas bajo
la ropa de ella, pero entonces se dio cuenta de dónde estaban y se separó de
ella, dejándolos a ambos presa de la frustración sexual.
— Maldita sea, no tenía previsto que esto acabase así, pero
éste no es el momento ni el lugar. Aunque eso sí, al menos acabé lo que comencé
en el instituto. — Con esta última frase pretendía distender el ambiente y que
bajase la excitación de ambos, aunque eso era bastante difícil.
— Es verdad, lo acabaste, supongo que estarás satisfecho. —
Ella trató de ser graciosa pero entonces él la miró con tanta intensidad que le
recordó por un momento a un gran felino calibrando a su próxima presa.
— No de la manera en que me hubiese gustado acabarla. — Su
tono ronco dejó bien a las claras lo que tenía en mente, haciendo que ella
tuviese un escalofrío debido a la excitación, pero entonces recordó lo último
que le dijo y toda la ira que había sentido, volvió en su ayuda para dejarla
tan fría como el hielo. Ese cambio no se le pasó a él por alto y toda la
excitación que había sentido se evaporó. — Mejor me voy, a partir de mañana
tendré mucho trabajo y necesito estar descansada. Espero que te vaya bien.
Adiós.
— Espera, ¿has regresado para quedarte? — No se miraron, él
estaba mirando al mar y ella hacia el aparcamiento.
— No, tan sólo he venido por un mes, para poner al personal
al día de las últimas técnicas y tras ese tiempo volveré a mi país. — Su voz
fría provocó en él que sintiese como sin un cuchillo le atravesase las
entrañas.
— Éste es tu país. — Su voz suave apenas un susurro, hizo
que ella se apretase las manos y contuviese las lágrimas, porque sabía que una
vez más se separarían.
— Lo fue, pero no me hicieron sentir parte de él, por si no
lo recuerdas, así que no le debo nada y…— Esta vez fue ella la que no pudo
seguir.
— ¿Tienes dónde quedarte? Si no recuerdo mal, tus padres
vendieron la casa que tenían.
— Alquilé un apartamento amueblado, me siento más cómoda así
que quedándome en un hotel.
— Ya veo. — Metió las manos en los bolsillos y guardó
silencio.
— Ya que no nos volveremos a ver, espero que todo te vaya
bien. Mucha suerte con el grupo y en tu próximo musical. Sé feliz. — Y tras
eso, se marchó de allí con decisión. Un momento después él escuchó el ruido del
coche al marcharse y respiro hondo.
— Una vez te dejé marchar, no habrá una segunda. Haré que te
quedes a mi lado para siempre, lo juro. — Había tomado su decisión y no iba a
cejar hasta conseguirlo.
Salió de inmediato tras ella pero no pudo darle alcance, así
que en cuanto llegó a casa buscó en el periódico y en Internet alguna noticia sobre
la formación en nuevas técnicas de cardiocirugía pediátrica y tras unos minutos de búsqueda la encontró en la
edición digital de un periódico.
Sonrió mientras leía la poca información que había, aunque
suficiente para él, puesto que venía el nombre del hospital donde se llevaría a
cabo y sorpresa, también daría tres lecciones magistrales en la Universidad de
Seúl, la más prestigiosa del país la próxima semana.
— Te tengo. Pensaste que lograrías evitarme pero no has
podido. — Su sonrisa de depredador dejaba bien claro que
aquella presa no se le escaparía y que tras atraparla iba a disfrutar mucho
devorándola.
Al día siguiente por la mañana temprano camuflado lo mejor
que podía para no llamar la atención, fue al hospital donde ella trabajaba. En
la entrada buscó el panel informativo para ver en qué planta estaba pediatría y
con una pequeña sonrisa subió hasta la tercera planta. Al llegar al control de
enfermería preguntó por ella. La enfermera estaba demasiado atareada como para
prestarle mucha atención y le señaló hacia la derecha, para que fuese hasta el final del pasillo. Supuso que allí
encontraría su despacho. Él hizo una pequeña reverencia y se marchó.
La puerta estaba entreabierta, lo suficiente para verla sin
que ella lo supiese, aunque tampoco es que necesitase esconderse, porque que
estaba de pie, mirando por la ventana pero no prestaba atención a lo que había en
el exterior, su mente estaba muy lejos de allí. Estuvo así un par de minutos,
hasta que decidió que ya estaba bien de observarla a hurtadillas.
— ¿Pensando en cómo
arreglar el mundo? — Pegó un pequeño bote mientras se llevaba una mano al
pecho.
— Maldita sea, no vuelvas a hacer eso, me has pegado un
susto de muerte. — Él sonrió de manera socarrona, mientras se acercaba hasta
ella.
— Si hubiese tenido que esperar a que regresases a este
mundo habría tenido que esperar sentado. — Se acercó andando de manera
despreocupada, mientras lo miraba sorprendida.
— ¿De qué hablas?
— Sigues con esa vieja costumbre. A veces en los momentos de
descanso te daba por mirar por la ventana,
aunque enseguida tu mente se escapaba a otros lugares y solía costarte
regresar, por eso siempre hacía algún ruido fuerte para que los profesores no
te riñesen. — Se había arrellanado contra la ventana, con las manos en los
bolsillos de la cazadora y los pies cruzados a la altura de los tobillos,
mientras la miraba de refilón para ver su reacción, agradándole mucho ver cómo
el sonrojo cubría su cara.
— Bueno, cada uno tenemos nuestras manías, como tú, por
ejemplo, que cuando cantas sueles llevarte la mano al pecho en los agudos. —
Estaba abanicándose, de repente hacía demasiado calor y necesitaba aire fresco.
A él no se le escapó esa reacción y volvió a sonreír de medio lado con
satisfacción masculina y de manera perezosa, sin alarmarla, se dio la
vuelta hasta que la dejó aprisionada entre sus brazos y se acercó mucho a ella,
casi sin dejar espacio entre sus cuerpos.
— Vaya, no sabía que prestases tanta atención a todos mis
gestos. — Su voz, susurrada al oído, la hizo cerrar los ojos de placer, porque
era como chocolate caliente en un día de mucho frío.
— Es… es… es un gesto que no pasa desapercibido. — Dios, la
estaba matando, la había pillado con la guardia baja a lo que se sumaba el caos
interior que seguía sufriendo por lo que había sucedido el día anterior.
Él la miró en silencio, sonriendo divertido al verla en ese
estado, mientras que ella rogaba en su interior que se apartase, porque si no
acabaría haciendo una locura, pero su ruego no fue escuchado, porque él dirigió
la mirada hacia sus labios y un momento después, tomó posesión de su boca
mientras la abrazaba con fuerza. Ese beso exigía una entrega total e
incondicional, aunque enseguida no se supo cuál de los dos era el conquistador
y cuál el conquistado, ya que ella lo había igualado, algo que le provocó el
deseo de gritar lleno de satisfacción masculina.
Al cabo de unos minutos, decidió romper el beso, porque
aquello acabaría yéndoseles de las manos y no era ni el momento ni el lugar.
Las respiraciones de ambos estaban agitadas y en sus ojos se veía la pasión no
satisfecha.
— ¿A qué hora sales? — Él fue el primero en recuperarse,
aunque su respiración seguía siendo rápida y superficial.
— Creo… creo que a las cinco. — Sara tenía las manos
apoyadas en su amplio torso y deseaba que entre ellas y el cuerpo de él no
hubiese esas capas de ropa pero al final acabó retirándolas de mala gana.
— Está bien, te vendré a buscar.
— No.
— No, ¿qué?
— Que no me vengas a buscar, no iré contigo. — La rapidez
con la que volvía a esconderse tras aquella muralla de hielo lo dejó
estupefacto, aunque enseguida el enfado tomó el control de sus emociones, pero
procuró atarlo en corto cuando volvió a aprisionarla entre sus brazos.
— Deja de esconderte y enfrenta las cosas, ya no eres una
niña, sino una mujer hecha y derecha, así que encara la realidad con valentía.
— Ella lo miraba con una mezcla de furia y frustración, aunque eso no lo
detuvo, pero suavizó su tono y dejó de fruncir el ceño. — Dame este mes. Dame
sólo este mes para demostrarte que podemos estar juntos. — Su tono reflejaba
esperanza, mientras que su mirada le pedía que confiase en él.
— Pero ya te dije que tengo mi vida y…— Ella estaba
desesperada, quería estar con él, estar a su lado, pero al mismo tiempo, estar
allí hacía que recordase todo lo que sufrió de pequeña.
— Deja de repetir esa letanía, sabes que puedes seguir con
tu carrera aquí. Vamos Sara, lánzate a la piscina, dame este mes para
demostrarte que estás equivocada y que estás renunciando a algo de lo que luego
te arrepentirás el resto de tu vida. — La premura de él la hizo cerrar los
ojos, morderse el labio inferior y acabar apoyando sus manos sobre el pecho de él.
Al cabo de un momento que se le hizo eterno, abrió los ojos, suspiró con
fuerza y lo enfrentó.
— Está bien, tienes este mes, pero si veo que las cosas
siguen como cuando era niña, regresaré a España y todo habrá acabado entre
nosotros, ¿te ha quedado claro?
Él a duras penas pudo contener su alegría y sus deseos de
gritar por haberla hecho ceder. Así que al final sonrió y la besó con fuerza en
los labios, aunque el beso acabó antes de que ella pudiese reaccionar.
— No te arrepentirás y te juro que lograré hacerte cambiar
de opinión y que te quedes aquí. Vendré a buscarte a las cinco. Pasa un buen
día. — Y salió de allí corriendo, mientras ella se sentaba en la silla de su
escritorio apoyando la cabeza en las palmas de sus manos, preguntándose qué
locura acaba de cometer.
El día transcurrió a una velocidad de vértigo, estuvo tan
ocupada conociendo a los médicos y empezando con las lecciones teóricas que
cuando quiso darse cuenta ya era casi la hora en que él iría a buscarla.
Estaba empezando a recogerlo todo, cuando el jefe de
cardiocirugía fue a buscarla.
— Bien, creo que ya es hora de que veamos en directo esas
nuevas técnicas de las que nos estuvo hablando hoy. Tenemos un caso y es
urgente, así que en cuanto recoja todo esto, venga al quirófano número tres. —
Y se marchó de allí sin darle tiempo a replicar.
Empezó a recoger a toda velocidad mientras pensaba en cómo
avisarlo para que supiese que no podrían irse juntos, ya que no tenía su número de teléfono.
Ya estaba a punto de salir cuando llegó sonriendo.
— ¿Tanta prisa tienes por irte conmigo? — Su tono divertido
la hizo poner los ojos en blanco, pero no duró mucho, cogió un trozo de papel,
apuntó algo y salió a su encuentro.
— Menos lobos Caperucita. Aquí tienes mi número de móvil.
Tengo que entrar a quirófano ahora, es una urgencia y me están esperando. Haz
una llamada perdida para que pueda tener tu número. Cuando salga de quirófano
te llamaré, no me esperes. — Le dio un rápido beso en los labios, dejándolo
allí estupefacto, tanto por el gesto como por el cambio de planes.
Cuando llegó a casa eran las doce y media de la noche.
Estaba agotada, la operación había sido más complicada de lo que pensaron en un
primer momento y a punto estuvieron de perder a la niña en dos ocasiones pero
lograron recuperarla. Al final había salido todo bien y tras quedarse en la UVI
con ella una hora para ver cómo reaccionaba, decidió marcharse.
No se preocupó en recoger la ropa, la dejó tirada por el
dormitorio, se puso el pijama y al ir a poner la alarma para el día siguiente,
recordó que lo había apagado y al encenderlo vio que tenía diez llamadas
perdidas y cinco mensajes. En todos ellos le preguntaba qué había pasado, por
qué no lo llamaba y que en cuanto viese sus mensajes que se pusiese en contacto
con él. Suspiró agotaba y exasperada, le había
dicho que tenía que entrar en quirófano, ¿es que no entendía que una operación
de corazón no era algo sencillo?
— Está bien, tú lo has querido, me dijiste que te avisase en
cuanto viese tus mensajes. No es mi culpa si estás durmiendo. — Se metió en la
cama y se puso a escribirle un mensaje:
“Estuve en quirófano
hasta no hace mucho y acabo de llegar.”
Lo envió, puso la alarma y se acostó, quedándose dormida de
inmediato.
Cuando llegó al hospital lo primero que hizo tras cambiarse
fue ir a ver a la niña a la UVI y se cercioró de que todo iba bien, por lo que
respiró tranquila y se fue a su despacho para preparar la clase que daría a
mediodía.
Seguía sin recibir noticias suyas.
— Tanta prisa para que le contestase y ahora es él el que
guarda silencio. — Estaba molesta, no tenía ni idea de qué pretendía. Se
reprendió en silencio y siguió a lo suyo.
La clase magistral en el salón de actos estaba a punto de
comenzar, sería la primera de las tres que daría y había dejado bien claro que
quería que estuviesen todos los alumnos de los tres últimos cursos, ya que era
imposible que asistiesen los alumnos de primero y segundo, algo que lamentó.
Estaba hablando con otros profesores cuando de repente
sintió un escalofrío en la espalda y de alguna manera lo supo, sabía que él
acaba de llegar. Se dio la vuelta y lo vio, allí estaba, apoyado contra la
pared al lado de la puerta, sonriendo con malicia. Estaba tan atractivo que
quitaba la respiración, pero ella mantuvo el tipo. Le sonrió, él le hizo una
reverencia burlona y un par de minutos después comenzó la clase.
En todo momento fue consciente de que él no le quitaba la
vista de encima y que estaba pendiente de todo lo que decía. Lo miró de pasada
varias veces, haciendo como que recorría con la vista a todos los asistentes y
vio que se sentía fascinado, algo que la hizo muy feliz.
Tras dos horas de clase, llegaron las preguntas y así
estuvieron otra media hora. Al final la aplaudieron y todos fueron abandonando
la sala, hasta que se quedaron ellos dos solos.
Él subió al escenario y antes de que ella pudiese decir nada
la agarró por la cintura y por el cuello para besarla de manera de manera suave
pero apasionada. Beso que ella correspondió sin cortarse.
Cuando se separaron, él la miró con admiración pero también
vio algo más a lo que no quiso ponerle nombre.
— Estoy muy orgulloso de ti. Los tenías en la palma de tu
mano, se sentían fascinados y creo que se han enamorado de ti. Estoy celoso,
aunque puede que eso juegue en mi favor. — Mientras le decía eso, le acarició
una mejilla con suavidad.
— Eso es porque no me tienen como su profesora, si lo fuese
lo más probable es que todos echasen pestes de mí. — Aunque su tono era
divertido, no estaba ausente de razón, porque entre sus estudiantes tenía fama
de dura por el nivel tan alto que exigía.
— Me parece normal que exijas mucho, tenéis en vuestras
manos las vidas de las personas y los errores no están permitidos. Aunque ahora
olvídate de eso, te invito a comer.
— ¿No empezaste ya con los ensayos del musical? — Se había
soltado de su abrazo y se apoyaba contra la mesa, aunque sabía que fue porque
él se lo permitió.
— Empiezo esta tarde y voy a estar bastante ocupado, por eso
vine a verte dar clase. Durante los próximos días estaremos ensayando hasta muy
tarde, a lo que hay que sumar pruebas de vestuario, sonido, maquillaje,
peluquería y demás. — Estaba contrariado. Tenía poco tiempo para estar con ella
y convencerla y perdería mucho con el musical. Parecía que la diosa Fortuna no
estaba de su lado.
— Deja de quejarte, he visto vídeos de otros musicales tuyos
y los has disfrutado al máximo. — Su suave recriminación teñida de diversión no
ocultaba que sabía lo que él quería decir, pero decidió no profundizar en el
tema. Se creó un momento de tenso silencio que se rompió porque el estómago de ella
decidió entrar en escena, algo que la hizo sonrojarse. Ante eso, él se rió a mandíbula
batiente, lo que incrementó la vergüenza de Sara. Se acercó a ella sonriendo y
la cogió de la mano para sacarla de allí, al mismo tiempo que le ayudaba a
llevar sus cosas.
— Vamos a dar de comer a ese escandaloso amigo tuyo, porque
si no, va a seguir dándonos la lata todo el día. — Y no pudo evitar volver a
reírse mientras ella lo miraba echando chispas.
— El día que te pase a ti ya veremos quién se ríe y quién
pasa una gran vergüenza. — Estaba a la defensiva pero también había deseos de
venganza.
Él se volvió hacia ella y se acercó hasta quedar casi
pegados la miró de manera posesiva durante un momento antes de dejarla sin
respiración por lo que le dijo.
— Sólo tengo hambre de ti y estoy deseando que llegue el día
en que pueda saciarla, si es que lo llego a hacer. — Y sin darle tiempo a
replicar la sacó de allí y la llevó a un restaurante de unos amigos suyos que
los llevaron a un privado para que nadie les molestase. Mientras duró el viaje
y durante la comida mantuvo un ambiente distendido contándole anécdotas y cómo
había sido su vida desde que se fue, al mismo tiempo que la sometía a ella al
tercer grado.
— Por cierto, ¿tienes que ir hoy al hospital? Lo siento, con
eso de que voy a empezar los ensayos no me dio por pensar que tuvieses que ir a
trabajar. — Su tono arrepentido la hizo sonreír.
— No, ya estuve esta mañana y la niña a la que operamos ayer
va mejorando poco a poco, aunque sigue sedada. — Su tono cariñoso le hizo
fruncir el ceño, algo que no se le pasó a ella.
— ¿Sabes? Cuando hablas de los niños a los que operas
cambias por completo. Tanto tu voz como tu mirada se suavizan mucho, por no
hablar de que sonríes con más frecuencia.
— Puede que sea porque me siento más cómoda con los niños
que con los adultos.
— ¿No te sientes cómoda conmigo?
— Contigo me siento más bien en una montaña rusa. — Su tono
divertido lo hizo sonreír, pero antes de que pudiese contestar, sonó su
teléfono. Estuvo hablando un par de minutos hasta que pudo colgar.
— Lo siento, el director del musical, me ha pedido que esté
en el teatro en media hora, así que tenemos que irnos ya, lo siento. — Estaba
molesto por eso pero ella sonrió.
— Tranquilo, es lógico, un musical lleva mucho tiempo y
esfuerzo, por lo que los ensayos tienen que ser más intensos. — Se levantó y
cogió sus cosas mientras él iba a pagar la cuenta. Al cabo de un momento
regresó y de nuevo la ayudó a llevar todo el material que había llevado para la
clase.
— Te acompañaré a casa.
— No hace falta, podrías llegar tarde y te abroncarán.
— No te preocupes, llegaré a tiempo. Además, no sería un
caballero si no lo hiciese. — Su sonrisa de suficiencia la hizo suspirar
exasperada.
— Cabezota. — Se lo dijo en español y él se la quedó mirando
extrañado, así que se lo tradujo antes de que le preguntase, aunque con eso
sólo se ganó una sonrisa de superioridad.
— No más que tú.
Cuando llegaron al bloque donde ella estaba viviendo se
empeñó en acompañarla hasta su piso y ella tuvo que acabar cediendo porque si
no, aquella discusión se eternizaría y él llegaría tarde.
— Bien, hemos llegado. Ahora ya te puedes marchar tranquilo.
— No sin antes repetir postre. — Y volvió a besarla con
urgencia. Cuando se separó, ella tenía la mirada desenfocada, lo que le hizo
sonreír con satisfacción. — Espero poder llamarte en cuanto acabe.
— Está bien. Mucha suerte y ánimo. — Seguía con la
respiración agitada. Él le acarició la mejilla con ternura y dándole un beso
rápido se marchó corriendo.
DOS SEMANAS MÁS TARDE
Estaba iracundo, no había otra palabra para definir su
estado de ánimo. Había perdido dos semanas de estar con ella por culpa de los
trabajos de ambos. Tan sólo habían podido hablar por teléfono y eso no era
suficiente para él y para empeorar la situación, no sabía qué sentía ella
respecto a todo aquello, porque cuando no bromeaba sobre el tema, se dedicaba a
sermonearle para que se centrase en el musical.
Aquél era día del estreno y él había conseguido una de las
mejores entradas para que fuese a verlo. La guardó en un sobre con el nombre de
ella, y en la puerta del teatro se la entregó a un mensajero al que le dio la
dirección del hospital y dónde tenía que buscarla.
Estaba nervioso, a las ocho sería la primera función, pero
aún quedaban muchas horas para eso y se preguntaba qué diría ella al verlo
actuar.
Un cuarto de hora más tarde recibía un mensaje de Sara: “Muchas gracias por la entrada, iré a verte.
Ánimo.”
Al verlo hizo que su autoestima subiese bastantes puntos y
deseó que el tiempo corriese más deprisa para que al verlo, quedase fascinada
con su actuación.
Llegó la hora de la representación y ella no fue, la butaca
se quedó vacía. Toda su alegría, su emoción, sus fantasías, se fueron por el
desagüe, mientras que la rabia, el dolor y la frustración se apoderaban de él.
Al final de la representación, después de todas las
felicitaciones de rigor, declinó la invitación de ir a celebrar el éxito que
habían conseguido arguyendo que no se encontraba bien lo que de alguna manera
era cierto. Todos le desearon una pronta recuperación, les dio las gracias con
una sonrisa y se marchó rumbo a casa de Sara.
Al llegar tocó el timbre,
pero nadie le abrió, no estaba en casa, la llamó al móvil, pero éste volvía a
estar desconectado. Maldijo en voz baja para no llamar la atención de los
vecinos y se puso a pasear arriba y abajo por delante de su puerta, aunque al
final se apoyó contra ella para esperar su regreso.
Media hora más tarde escuchó el ascensor abriéndose y un
momento después la vio aparecer. Cuando se dio cuenta de su presencia, inspiró con fuerza, sabía que se avecinaba una pelea
y no tenía fuerzas suficientes para eso.
— Hablemos mañana, estoy cansada. — Apenas lo había mirado
mientras se acercaba y abría la puerta.
— De eso nada, vamos a hablar ahora mismo. — Y sosteniendo
la puerta antes de que la cerrase, se coló en su casa. Vio que dejaba las cosas
en el salón y se encaró a él.
— Bien, di lo que tengas que decir y que sea rápido. — La
furia estaba reemplazando al cansancio y él sonrió satisfecho por eso.
— ¿Se puede saber por qué no viniste a verme? Te estuve
esperando hasta el último momento, incluso pensé que llegarías al poco de
empezar la función. No me llamaste, no me enviaste ni un mísero mensaje, ¿sabes
cómo me sentía? — La había agarrado por los brazos apretándoselos con fuerza y
a pesar de los intentos que ella hizo para soltarse, no pudo.
— ¿Y no sabes que soy médico? ¿Que los pacientes no tienen
un horario fijo para ponerse enfermos? Cuando estaba a punto de irme llegó un
corazón para un niño que tenía prioridad absoluta y como comprenderás, prefiero
salvar una vida en vez de irte a ver a cantar. — Si las miradas pudiesen matar,
él ya estaría muerto.
— ¿No pudiste avisarme? ¿Tanto trabajo te costaba? ¿O es que
para ti soy sólo una diversión? ¿No te importa lo que puedo sentir?
— ¿Avisarte? — Su estupefacción era patente. — ¡La vida de
un niño de cinco años pendía de un hilo señor importante! — Decidió jugar sucio
y darle un rodillazo que lo hizo encogerse de dolor, aprovechándolo para
alejarse de él. — ¿Tener en cuenta tus sentimientos? ¿Has tenido tú en cuenta
los míos alguna vez? Desde que me viste tan sólo quisiste poseerme a como diese
lugar. Y ahora márchate de aquí y no vuelvas a aparecer, olvídate de que nos
reencontramos, porque es lo que yo haré. — Se dirigía a abrir la puerta pero él
la agarró por un brazo, la atrajo con fuerza hasta él, dejándolos pegados y
agarrándola sin delicadeza la besó con fuerza y de manera violenta, dejando
salir toda su frustración, rabia, dolor, ira y despecho.
Las emociones de ella eran comparables a las de él y le
devolvió el beso de la misma manera para hacerlo sufrir, para que viese lo que
podría haber tenido y no conseguiría. Él la soltó un momento y ella aprovechó
para abofetearlo, lo que volvió a espolearlo para retomar el beso pero con más
fuerza si era posible. Así estuvieron un
par de minutos, hasta que al final él se separó de ella para asestarle una
puñalada en el corazón.
— Tu cobardía, tus miedos y tu egoísmo te van a hacer perder
aquello que más felicidad te podría aportar, pero ya no me importa lo que sea
de ti. — Y se marchó dejándola sufriendo un grave caso de frustración sexual
pero también con el corazón destrozado por aquellas palabras tan crueles.
Sara se había quedado en el mismo lugar donde él la había
dejado, no podía moverse a causa del dolor que sentía. Cerró los ojos y cerró
las manos en puños apretándolos con fuerza, concentrándose en el dolor que le
producían para no llorar pero fue algo infructuoso, porque enseguida las
lágrimas empezaron a correr por su rostro sin que pudiese pararlas.
Sentía que le acababan de arrancar el corazón y se lo habían
pisado. Se llevó la mano al pecho y se encogió, le dolía, mucho y no creía que
aquella herida fuese nunca a cicatrizar.
No sabía cuánto tiempo llevaba llorando cuando sonó el
timbre. Se limpió las lágrimas como pudo y se sonó con fuerza antes de ir a
abrir. Se preguntaba quién podía ser a esas horas, pero cuando abrió la puerta
se quedó estupefacta, allí estaba él otra vez y al verla con aquel aspecto
maldijo en silencio, la agarró por el cuello y la besó, pero esta vez con
suavidad, de manera lenta, como pidiéndole perdón por lo que había sucedido
antes.
Tras un momento aplastada por aquellos brazos tan poderosos
contra aquel torso tan ancho que tantos pensamientos salvajes le había
producido, la agarró por los glúteos, poniéndole las piernas alrededor de su
cintura y la llevó hasta el dormitorio.
Una vez allí la depositó con cuidado sobre la cama y se puso
a su lado mientras la observaba en silencio acariciándole el rostro, para
volver enseguida a besarla, esta vez con pasión y desesperación, aunque se
separaron cuando él le quitó el jersey y la camiseta que llevaba debajo de
éste, con un solo movimiento, dejándola tan sólo con el sujetador de raso verde
oscuro que recibió una mirada de aprobación por su parte.
Ella no se limitó a recibir las atenciones de él y empezó a
desvestirlo, porque quería verlo desnudo para poder disfrutarlo como tantas
veces había imaginado. Cuando su torso quedó al aire, ella lo empujó sobre la
cama y se puso a horcajadas, haciéndolo sonreír con anticipación.
Sara lo besó con fuerza mientras dejaba vagar sus manos por
aquel torso tan poderoso que despertaba sus instintos más primarios. Abandonó
su boca para trasladarse a su mandíbula. Siempre le había fascinado la fuerza
que poseía y se había sentido muy atraída por ella. Cuando lo oyó gemir de
placer, sonrió con satisfacción y fue bajando por su cuello hasta bajar a su
torso, al que dedicó una gran atención, llenándolo de besos, lametones y
mordiscos que lo hacían gemir mucho más.
Volvió a subir para besarlo en la boca mientras le
desabrochaba el cinturón para abrirle el pantalón y en cuanto lo consiguió,
metió una de sus manos bajo sus boxers, cogió su pene y empezó a acariciarlo,
mientras él seguía gimiendo de placer. Ella lo observaba entre beso y beso,
disfrutando del poder que estaba teniendo sobre él, pero sobre todo al verlo
disfrutar de aquella manera. Aumentó el ritmo de sus caricias, llevándolo al
límite, momento en que él la detuvo.
— Ni hablar, no pienso llegar al orgasmo hasta que esté
dentro de ti y te haya hecho alcanzar al menos dos orgasmos antes. — Le sacó la
mano de sus boxers y antes de darle la vuelta le quitó el sujetador dejando sus
pechos desnudos. Eran grandes y él los cogió con reverencia, acariciándolos con
cuidado, excitándola poco a poco. Ella cerró los ojos y se arqueó hacia él, que
se llevó sus pechos a su boca por turnos, mientras excitaba el otro con una
mano. Usó la lengua para excitar el pezón, para después pasar sus dientes entre
ellos. Rodeó los pechos de besos, para después ir bajando poco por su torso
hasta llegar a la parte inferior de su vientre.
Ella gemía de placer y frustración mientras enredaba sus
manos en el pelo de él, que le desabrochó los pantalones, bajándoselos de un
golpe junto con las bragas y quitándole luego los calcetines de colores.
La observó un momento en silencio y ella vio verdadera
fascinación en su mirada, algo que la hizo feliz.
— Eres preciosa, mucho más de lo que siempre había
imaginado. — Empezó a recorrerle las piernas mientras se las llenaba de besos y
caricias, sobre todo en las corvas. Siguió ascendiendo y separándole más las
piernas, hasta que llegó a su entrepierna. Empezó a acariciarla, mientras ella
gemía y se arqueaba pidiendo más. La penetró primero con un dedo y luego con
otro más usando un ritmo lento primero, para luego ir incrementándolo. La besó
con fuerza mientras seguía ese ritmo hasta que la hizo llegar al orgasmo por
primera vez.
Sonrió con satisfacción al ver sus ojos empañados por el
placer, la besó de manera rápida y entonces bajó su cabeza hasta su pubis,
besándola y lamiéndola, para luego chuparle el clítoris, haciéndola gemir y
retorcerse mientras le clavaba los dedos en los hombros, algo que lo llenaba de
satisfacción.
La llevó una y otra vez hasta el borde hasta que le pidió
que la dejase correrse. Cuando la vio llegar de nuevo al orgasmo quiso gritar
de júbilo. Apenas le dio tiempo a recuperarse, sólo el que le llevó despojarse
de toda su ropa, coger un preservativo y ponérselo, para entrar en ella de una
sola embestida que la hizo abrir los ojos y contener su respiración mientras se
abrazaba a él con fuerza y le mordía un hombro. Él se quedó quieto durante un
momento y con el ceño fruncido.
— ¿Cómo es que…? Está visto que los españoles son imbéciles.
— Y sin darle tiempo a responder, la besó, poniendo en ese beso todo su amor,
algo que a ella no se le pasó. Un momento después se retiró para volver a
entrar con fuerza. Le puso sus piernas alrededor de su cintura para aumentar la
penetración y mientras, con una de sus manos le acariciaba los pechos. Ella por
su parte, no paraba de acariciarle y arañarle, para luego agarrarle los glúteos
intentando llevarlo más dentro de ella. Los besos se volvieron apremiantes y
desesperados, hasta que como él le había dicho, la hizo correrse con él. El
orgasmo fue tan grande que los dejó a ambos exánimes.
Cuando salió de ella, fue al baño a tirar el preservativo y
en cuanto volvió a la cama, la abrazó con fuerza, haciéndola sonreír de
felicidad mientras reposaba su cabeza en
su pecho, sobre su corazón y lo abrazaba con fuerza. Al cabo de unos momentos,
ambos dormían profundamente.
Él fue el primero en despertarse y aprovechó ese tiempo para
observarla mientras dormía. No se pudo resistir a dibujar su rostro con sus
dedos, pero teniendo cuidado de no despertarla. Sonreía como un tonto porque no
se creía que por fin fuese suya, su sueño se había cumplido. No se pudo
resistir a besarla con suavidad en los labios antes de volver a cerrar los ojos
mientras la abrazaba con fuerza.
A las siete de la mañana la realidad invadió su mundo en
forma de alarma de móvil. Sara se puso a buscarlo pero no lo encontraba, hasta que recordó que todas sus cosas
habían quedado tiradas en el salón. Iba a salir de la cama para cogerlo, cuando
se dio cuenta de que estaba desnuda. A su lado escuchó una risa y al volverse,
lo vio a él disfrutando del ataque de timidez que estaba sufriendo, algo que la
molestó bastante. Fue a pegarle, pero él la agarró, la besó con rapidez y salió
de la cama, se puso los boxers y fue en busca del teléfono.
Cuando regresó ella había conseguido ponerse la ropa
interior y una camiseta, larga.
— Aquí tienes. — Le entregó el teléfono con una reverencia
burlona.
— Presuntuoso. — Su tono defensivo lo divirtió y eso la
molestó aún más.
— La verdad que me hubiese gustado verte salir desnuda de la
cama… — Al verla con el ceño fruncido decidió parar la broma. — Me temo que
tenemos que volver a la realidad pero espero que sepas que esto no se acaba
aquí, ¿lo has entendido? — Se había acercado a ella para agarrarla por la
cintura y mirarla con seriedad.
— Lo sé. — El sonrojo de ella no disminuía, así que se
apiadó y decidió hacerle las cosas más sencillas.
— Por cierto, tengo hambre, ¿tienes algo decente que me
pueda servir de desayuno? — Le estaba poniendo cara de gatito abandonado, lo
que la hizo reír.
— Nada de desayuno coreano me temo. Cacao o café, fruta y
yogures, ¿te sirve? — Su petulancia lo hizo sonreír. A él le encantaba comer y
siempre tenía que controlarse. Suspiró de manera trágica y fingió resignación
al contestarle.
— Tendrá que servir. — Se vistieron y fueron a la cocina
donde él la ayudó a preparar el desayuno y luego a fregar y recoger.
Aprovecharon para hablar de temas cotidianos y ella se enteró de que ese día él
también tenía representación, por lo que decidió que se haría con una entrada y
lo sorprendería.
Se despidieron en el portal con un beso y cada uno encaró
ese nuevo día con más alegría.
La bomba cayó a las tres de la tarde hora coreana. Seguía en
el hospital visitando a los niños, hablando con ellos y los padres. Que aunque
al principio mostraron reservas al ver sus ojos, al ver cómo se preocupaba por
sus hijos y cómo interactuaba con ellos, la trataron como a uno más. Cuando una
enfermera fue a buscarla para decirle que el director quería verla.
— Me ha llamado el director de su hospital en España, me han
pedido que la deje regresar antes porque la necesitan con urgencia. En cuatro
días tiene que estar allí. — El hombre estaba contrariado, no la quería dejar
marchar, pero apenas se percató de eso, porque aquella noticia la había dejado
devastada. Pensó que tendría más tiempo con él antes de irse pero de nuevo la
diosa Fortuna decidía por ella. — Será mejor que se apure a arreglar todas sus
cosas aquí y preparar el viaje. Quiero agradecerle todo lo que ha hecho por
nosotros y la preocupación que ha mostrado por los niños. — Y le hizo una
reverencia, que ella correspondió de manera automática.
— Ha sido un placer y ahora me voy a prepararlo todo para mi
regreso a España. — El director sólo asintió mientras ella salía sin haberse
recuperado de la conmoción.
Llamó a la enfermera que había estado con ella desde que
llegó y al darle la noticia se mostró bastante descontenta con su marcha, pero
la ayudó a arreglar todo el papeleo del hospital y el piso y recoger sus cosas.
Antes de irse decidió pasarse a ver a los niños y despedirse de ellos. Se
mostraron tristes por su marcha y le pidieron que se quedara, pero les tuvo que
explicar que tenía que regresar porque la necesitaban en su país. Cuando salió
de allí estaba bastante desanimada, cogió todas sus cosas y salió del hospital
al que no volvería.
Cuando llegó al piso, reservó el billete de avión, que salía
al día siguiente por la noche.
Inspiró con fuerza, cogió el teléfono y le envió un mensaje
diciéndole que ese día mirase al patio de butacas. Su respuesta no se hizo
esperar: “No te perderé de vista.”
Aquello la hizo sonreír con tristeza.
Fue a ducharse, después comió algo rápido, se cambió y fue
al musical.
Él la había localizado de inmediato y siempre que podía la
miraba. Estuvo espectacular, la gente aplaudió enfervorizada cuando acabó la
representación y al saludar todo el elenco, él no apartó la mirada de ella, que
le sonrió feliz.
Al salir del teatro recibió un mensaje suyo: “Espérame en la entrada principal.”
Diez minutos después allí estaba, sonriendo de felicidad y
en cuanto la tuvo al alcance de su mano, la atrajo hacia él, la abrazó con
fuerza y la besó con fervor.
— Has estado espectacular, fantástico. Has emocionado a
todos los asistentes y lo sabes. — Se había agarrado a las solapas de su
chaqueta y sonreía con petulancia. Él volvió a sonreír y besarla pero una
llamada los interrumpió. Maldijo en silencio y sacó su móvil de uno de sus
bolsillos traseros.
La conversación fue breve, pero su expresión se volvió
pétrea. Cuando colgó volvió a maldecir.
— ¿Qué pasa?
— Mañana tenemos que irnos a Japón para un especial y no
volveremos hasta dentro de tres días. Si ya teníamos poco tiempo, ahora es peor.
— La miraba con desesperación, mientras le ponía una mano en una de sus
mejillas. Ella le sonrió para animarlo.
— Entonces aprovechemos las horas que nos quedan. Esta noche
quiero ir a tu casa, quiero saber cómo es y si está tan desordenada como suelen
estarlo las de los ídolos. — Su pequeña burla lo hizo sonreír y la abrazó con
fuerza.
— Está bien, te llevaré, pero a lo mejor te llevas una
decepción, nunca se sabe.
Cogieron un taxi y poco después llegaron al piso de él, que
estaba bastante ordenado para lo que se solía ver en los programas, pero bueno,
no era ningún adolescente para tener la casa manga por hombro.
Dejó el dormitorio para el final y cuando llegaron, la
empujó hacia la cama, se puso encima e hicieron el amor con desesperación. Él
creyendo que estarían separados tres días y ella sabiendo que no, que ésa sería la
despedida.
A las siete tuvieron que levantarse, porque él tenía que
marcharse de inmediato a Japón pero antes tenía que pasarse por la empresa, ya
que se irían todos desde allí. Se despidieron en el portal con un beso
apasionado.
— Cuando vuelva de Japón tendrás que responderme a varias
preguntas. Así que no se te ocurra desaparecer. — A pesar de su falsa amenaza,
se notaba el miedo, porque sabía que les quedaba poco tiempo y que ella no había
dicho nada sobre cómo se sentía.
— Céntrate en lo de Japón y ya hablaremos con tranquilidad.
— Él puso los ojos en blanco y suspiró exasperado, mientras que ella sonreía
divertida ocultando el dolor que sentía. La volvió a besar y cada uno se marchó
en una dirección.
Cuando llegó al piso, hizo las maletas, recogió todo,
escribió una carta y se fue. Se había vuelto a repetir la escena que había
tenido lugar años atrás en el instituto, lo que la hizo sonreír con amargura.
Una vez en el aeropuerto pensó en lo que diría él al leer la
carta que le había dejado en el buzón de su casa y en la que le explicaba el
motivo de su marcha, así como una confesión de lo que de verdad sentía por él.
Aunque antes de subir al avión decidió enviarle un mensaje
muy simple: “Te amo.” Y apagó el
teléfono. Pensaría que estaba en el quirófano y no se preocuparía.
DOS MESES MÁS TARDE
Sara trabajaba como una autómata y tan sólo parecía persona
cuando estaba con los niños.
Esos dos meses habían sido una tortura. No había tenido
noticias suyas, aunque supuso que la odiaba por la manera en que lo había dejado y
había renunciado a lo que podrían haber tenido, o quizá sólo había sido una
diversión para él.
No quería pensar, así que se puso a ordenar los libros de
las estanterías, que la mantendrían ocupada un buen rato antes de hacer la
ronda.
Llamaron a la puerta y justo en ese momento sintió cómo la
misma sensación que había tenido en la universidad la volvía recorrer. Se
recriminó su estupidez e hizo entrar a quien quiera que estuviese al otro lado
sin mirar a su visitante mientras seguía con su tarea.
— ¿Sucede algo? — Su indiferencia dejaba bien claro que a
menos que fuese algo grave, no iba dejar aquello.
— Sí, que voy a tener que enseñarte cómo comunicarte con las
personas. — Sara se quedó estupefacta al escuchar su voz, se dio la vuelta y al
verlo, las fuerzas la abandonaron y cayó al suelo de rodillas.
— Dios mío, Changmin … — Allí estaba él, Lee Changmin,
espectacular, vestido de negro de pies a cabeza y que se acercó a ella con
expresión preocupada para levantarla del suelo, cogerla en brazos y sentarse
con ella en la camilla que había en su despacho.
— Veo que mi llegada te ha impresionado. — Su tono era
divertido, pero ella no podía dejar de mirarlo mientras las lágrimas recorrían
su cara. Él se preocupó, sacó un pañuelo y la limpió con delicadeza. — No
llores, tranquila, todo está bien. No tuviste noticias mías estos dos meses,
porque primero estuve muy cabreado con la manera en que te fuiste y cuando se
me pasó el cabreo tardé en decidirme qué hacer, y cuando lo hice, me llevó
tiempo arreglarlo todo para poder venir.
— Pero… ¿por qué…?
— He venido para decirte que me estás haciendo pasar por un
infierno y que no me iré hasta que respondas a mis preguntas con un sí. — Y sin
darle tiempo a responder, la besó de manera apasionada y desesperada pero con
amor que ella correspondió y que casi lo hizo gritar de júbilo. Había ganado y
ya era suya, como siempre había soñado.
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