Por Nuna.
No sacar ni publicar en otro lugar sin permiso de la autora y los respectivos créditos.
AVISO IMPORTANTE: Contiene escenas de sexo
ENTRADA EN TROMBA
Llegaba tarde... había calculado mal las
distancias y el tiempo que le llevaría recorrer media ciudad en metro, y los
tacones, con los que no estaba acostumbrada a correr, no la estaban ayudando.
Era uno de sus mayores defectos. Por más que
tratara siempre de hacer las cosas con tiempo, por algún motivo o por otro,
siempre terminaba yendo justa. Y esta vez no se podía permitir el lujo.
Si el coreano se enfadaba con ella y rechazaba
la propuesta, el enfado de su jefe sería enorme.
Apretó los dientes y corrió. Total, o se daba
más prisa o no llegaba, y si se rompía un tobillo por el camino, por lo menos
tendría una excusa que la justificara.
Consiguió llegar al edificio a un minuto de la
hora límite. Miró hacia arriba asegurándose de que estaba en el sitio correcto,
y sonrió al reconocer la construcción en las fotos que tenía. Se atusó el pelo,
se alisó la falda, se recolocó la chaqueta, y agarró con determinación el
maletín.
Se dirigió sin pérdida de tiempo al pequeño
mostrador que hacía las funciones de recepción, situado al lado de la fila de
tornos de seguridad. Enseñó su tarjeta. La chica consultó unas notas que tenía
bajo el mostrador y asintió. Con unos modales impecables le pidió que esperara
y al cabo de unos segundos le tendió un pase para visitantes. Lo supo porque
tenía la palabra “visitor” impresa en diagonal. La chica volvió a hablar, y su
conocimiento del idioma le dio para entender que le estaba indicando la planta
a la que debía dirigirse.
Después de darle las gracias, traspasó la
barrera de seguridad y se dirigió al ascensor.
Esperó impaciente mirando el indicador de
planta. 5... 4... Sonó el móvil. Lo sacó con rapidez del maletín y miró el
mensaje histérico de su compañero que estaba esperándola arriba.
Comenzó a contestar, y escuchó que el ascensor
había llegado. Sintió más que vio las puertas abrirse y simplemente comenzó a
andar hacia el interior.
Y de repente estaba rebotando hacia atrás.
Había chocado contra algo duro, estaba dando
traspiés hacia atrás, se le había caído el teléfono, y... ¡Auch!
Su tobillo se dobló se iba a caer también.
Pero no tocó el suelo.
Unas manos la agarraron con fuerza, una de un
brazo, y otra de la cintura, logrando así no caerse.
Por instinto se sujetó a esos brazos, y cuando
pasó el momento crítico, cuando supo que ya no caería, miró hacia arriba, hacia
la persona con la que acababa de chocar y que la acababa de rescatar de
terminar despatarrada entre las puertas del ascensor.
Lo había intuido por las mangas de la chaqueta
y por la complexión de la persona que tenía delante, pero al mirarle, al ver cómo
la observaba divertido, pensó que no era un hombre. Pensó que era EL HOMBRE.
Mientras le pedía perdón haciendo una reverencia,
lamentó tener que romper el contacto con aquellas manos fuertes y cálidas. No se atrevió ni a levantar de nuevo la vista.
Todavía estaba encajando la profunda impresión que ese hombre le había causado.
Reaccionó al escuchar que las puertas del
ascensor se cerraban. Estiró con rapidez el brazo para tocar el botón que lo
evitaría, pero una de las manos que acababa de sujetarla lo impidió.
Las puertas del ascensor se cerraron, mientras
ella miraba primero a la mano que le sujetaba firme pero suavemente el brazo, y
después a la cara del tipo.
Volvió a sentir su cerebro cortocircuitar. No
era guapo, pero sí era muy atractivo. Tenía rasgos duros, pero muy masculinos,
el pelo castaño peinado a la última moda, y llevaba un traje azul marino con
una corbata de color naranja, sobre una camisa blanca, cuyo cuello se cernía
alrededor de una garganta con una nuez prominente... y deliciosa.
“Dios... ¿en qué estoy pensando?”, se dijo,
apartando la vista.
Debió ruborizarse o algo, porque sintió una
oleada de calor ascendente desde el pecho hasta la cara. ¿Cuánto hacía que eso
no le pasaba?
Se atrevió a volver a mirarlo. El tipo había
cruzado los brazos y ahora la observaba con la cabeza ladeada y una expresión
curiosa en el rostro.
No supo ni qué decir ni qué hacer. ¿Debía
volver a pulsar el botón? ¿Se lo volvería él a impedir? ¿Por qué no se había
ido y la había dejado sola con la combustión espontánea que estaba a punto de
sufrir? ¿Y por qué estaba a punto de sufrirla? Apenas se habían rozado...
Él sonrió con calidez y con un gesto de la
cabeza, señaló el cuadro de botones. Entre una nube de confusión, entendió que
le estaba pidiendo que marcara su número de planta. ¿Cuál era?
“Quince”, murmuró para sí misma, “la última...
quiero llorar.”
Presionó el botón y se dio la vuelta para darle
la espalda y quedar frente a las puertas. No soportaba mirarle, y no soportaba
ver cómo él la miraba. Si tan sólo hubiese seguido su camino dejándola sola...
El ascensor paró en todas las plantas. Y en
cada una de ellas entró gente y más gente, que la fue empujando y arrinconando
hasta que quedó pegada a él. Demasiado cerca. Olía su perfume y sentía su
respiración en la nuca. Se puso tan rígida que pensó que le iba a dar un
calambre muscular en cualquier momento, y notó cómo él trataba de apartarse
para no incomodarla cada vez que la gente los iba aplastando más. Pero era
imposible.
A medida que subían, el ascensor fue
despejándose, y en la planta 12 volvieron a quedarse solos.
Él permanecía tras ella y sentía su mirada
clavada en la nuca. Por lo menos ya no estaban pegados. Por lo menos o por
desgracia, ya no lo sabía.
De repente, volvió a ver su mano. De reojo la
vio acercarse al cuadro de botones y pulsar el que paraba el maldito trasto.
Giró la cabeza para protestar, pero calló en
seco cuando vio su ardiente mirada. Y a juzgar por su expresión, ese ardor no
se reducía sólo a eso, sino también a otra parte de su anatomía.
La sujetó por los hombros y le dio la vuelta.
La miró con intensidad, tanto que se sintió cohibida... pero no asustada ni
molesta.
“Preciosa...”
Escuchó la palabra a la perfección. La estaba
observando, calibrando y valorando como si fuera un trofeo de caza, pero
maldito lo que le importaba. No podía ni protestar. Era como si ese tipo le
hubiera lanzado un hechizo paralizador, o como si la hubiera hipnotizado de
forma que ella tolerara sin protestar cualquier cosa que él quisiera.
Ese último pensamiento hizo que le temblaran
las piernas.
Si eso no era un flechazo, entonces era un cañonazo
de gran calibre.
El tipo se atrevió a tomar su barbilla y
levantarle la cara hacia él, mientras seguía observándola totalmente ¿embobado?
Jod*r, ya eran dos.
Le pasó un dedo por el labio inferior.
En otras circunstancias supuso que le habría
dado un bofetón o una patada en la espinilla, o algo parecido por su
atrevimiento, pero el hechizo era potente.
“¿Qué estoy haciendo?” susurró él, mientras
atacaba con la yema de su dedo el labio superior.
Ella soltó el aliento que estaba reteniendo,
pero nada más bajar, su pecho empezó a subir, y a bajar, y a subir de nuevo.
Rápido.
¿Qué le estaba pasando?
El hombre respiró hondo mientras cerraba los
ojos y giraba la cabeza hacia otra parte. Otra parte que no era donde estaba
ella... La soltó. Y volvió a apretar el botón de la planta 15.
Ella se dio la vuelta y se colocó de nuevo
frente a las puertas. Y cuando éstas se abrieron, salió andando a paso ligero
como si la persiguiera un batallón de infantería.
Cuando se encontró con su compañero, que la
esperaba para la reunión, tenía la boca totalmente seca y la lengua pegada al
paladar.
***
Mientras bajaba de
nuevo a la planta baja, recibió la llamada de su mánager, preguntándole dónde
demonios estaba. Después de asegurarle que no tardaría, volvió a descender piso
a piso, viendo cómo la gente entraba y salía del mismo, y preguntándose qué
narices había pasado.
Había estado a punto
de besar a una completa desconocida. Bueno, besar no era lo único que tenía en
la cabeza, pero sí lo máximo que podría haber hecho allí.
Y ella lo había
sabido. Acababa de quedar como un maldito acosador, y se arrepentía de la
imagen que la mujer pudiera estar formándose de él en ese momento, pero para
nada se arrepentía de lo que había hecho, o de lo que había pensado hacer, o de
lo que había estado a punto de hacer, o...
Cortó la línea de
pensamiento y trató de calmarse.
Cuando las puertas
del ascensor se abrieron, ya sabía lo que tenía que hacer.
***
Había sido un día
duro, y estaba de vuelta en el hotel. La reunión había ido mejor de lo que
esperaban y la propuesta había sido aceptada. Gracias a la agilidad mental de
su compañero, y a que le sirvió como traductor cuando los clientes le
preguntaron sobre los detalles de la idea publicitaria, habían conseguido la
cuenta.
Fantástico. Sola no
habría podido hacerlo, aunque sí habría podido hacerlo mejor, eso lo sabía. Lo
que pasaba es que tenía al tipo del ascensor grabado en la retina. Igual de
grabado que se queda la forma blanquecina durante unos segundos cuando miras
una bombilla. Pero lo de la bombilla se pasaba, y lo del tipo no.
Seguía sin
quitárselo de la cabeza. Su cara, el ansia que reflejaban sus ojos. Lo que le
costó dominarse antes de volver a poner en marcha el ascensor...
No tenía ni idea de
quién era, pero lo que sí sabía era que habría dado cualquier cosa por volverlo
a ver cuando salieron de la reunión y bajaron en el mismo ascensor.
Se sorprendió
mirando a todas partes e intentando encontrarlo desde que salieron de la
oficina de los clientes hasta que abandonaron el edificio. Pero no hubo suerte.
Volvió a las
oficinas de la empresa en la ciudad. Y después de pasar el día trabajando en el
desarrollo de la idea para su nuevo cliente, cosa en la que avanzó poco o nada,
se dirigió a su hotel con la idea de darse un baño caliente que la relajara, y
de encontrar algo que la distrajese del recuerdo que persistía en su cabeza.
Acababa de salir del
baño cuando tocaron a la puerta.
***
El mánager volvió al
cabo de un rato, refunfuñando y quejándose de que aquel no era su trabajo. Le
dio igual, tenía en las manos aquello que necesitaba. Un nombre, una empresa y
una dirección. Y por fortuna, también tenía tiempo.
Se despidió y se
marchó con paso decidido hacia la agencia de publicidad.
Condujo el coche
hasta la dirección que figuraba en la nota, y no tardó en plantarse en ella.
Entró en el edificio y tomó el ascensor hasta la quinta planta, recordando la
escena vivida anteriormente en otro ascensor. Cerró los ojos y suspiró,
mientras la cara de la chica se formaba de nuevo en su mente.
“¿Qué me has hecho?”,
se dijo.
Entró decidido a la
agencia y en el mostrador, preguntó por ella. Maldita sea, acababa de irse al
hotel.
Mencionó el nombre
de la empresa que ella había visitado por la mañana, haciéndose pasar por uno
de sus trabajadores, y engañó a la recepcionista para que le diera un lugar
donde localizarla, poniendo la excusa de que debía entregarle información
adicional y que era algo urgente.
Se maldijo por
haberse convertido en un acosador y en un mentiroso en sólo unas horas, pero no
se arrepintió ni un ápice.
***
Los leves toques se
hicieron más urgentes. Ella gritó desde dentro que no había pedido nada, pero
volvió a oírlos.
Refunfuñando, se
dirigió a la puerta, y la abrió sólo una rendija, dispuesta a gritarle a quien
quirts que fuera que insistiera de esa manera, y cuando vio quién estaba en el
pasillo, se quedó de piedra... y en lugar de volver a cerrar y echar todos los
pestillos y cadenas que tuviera, la abrió de par en par.
Él bajó la vista
hacia ella y pudo ver cómo sus ojos se abrieron un poco más y brillaron.
Estupendo... le
acababa de invitar descaradamente a su habitación, y encima sólo llevaba puesta
una toalla.
Genial.
***
No estaba en
absoluto preparado para lo que vio cuando ella abrió la puerta. Había imaginado
la situación miles de veces mientras se dirigía a su hotel.
Una de las
posibilidades, era que ella se asustara, lo tomara por un acosador
(probablemente lo era), le cerrara la puerta en las narices, y él se tuviera
que ir con el rabo (dolorido) entre las piernas.
Otra, que le dejara
por lo menos invitarla a un café, un té, un vino, un vaso de agua, lo que
fuera, en el bar del hotel y que ella no aceptara.
La tercera, algo más
esperanzadora, era que aceptara y haciendo uso de su ingenio, le diera la oportunidad
de conocerle y borrar la imagen que le hubiera podido dejar el encuentro del
ascensor.
La cuarta, que ella
incluso fuera a cenar con él, intercambiaran detalles sobre sus vidas, aunque
fueran mínimos, y llegaran a algún tipo de conocimiento mutuo que le permitiera
por lo menos pedirle su teléfono para volver a verse o hablar.
Pero lo que NUNCA,
JAMÁS se habría imaginado, es que le abriría la puerta con una toalla alrededor
del cuerpo, el pelo mojado y las gotas de agua todavía resbalando por la piel.
Y no, no estaba en
absoluto preparado para lo que vio, para lo que imaginó que habría bajo la
toalla, ni para sus ojos de sorpresa.
Pero había abierto
la puerta... lo miraba con la boca abierta. No huía, ni la cerraba asustada, ni
gritaba... Estaba quieta, mirándole, con los labios entreabiertos en una mueca
de sorpresa.
Y eso lo hizo entrar
en tromba.
***
Fue consciente de la
sorpresa que se llevó al verla así vestida, o así casi desnuda. Fue consciente
de su mirada hambrienta. Fue consciente de su silencioso ruego pidiéndole
permiso para entrar, y fue consciente de que si entraba, no era para darle un
besito de buenas noches.
Pero no hizo nada
para evitarlo.
Cuando de una
zancada, avanzó hacia ella y, sujetándola con una mano por la nuca, hundió su
boca en la de ella, respondió abrazando su tórax atrayéndolo hacia ella. Si él
parecía hambriento, ella no lo estaba menos, eso desde luego.
Notó cómo la
empujaba hacia adentro y cómo cerraba la puerta. Después se separó de ella un
momento, sin soltarla, y buscó con la mirada por la habitación, hasta que
localizó algo y, sonriéndole de una manera que ella sólo podría calificar de
magnífica, volvió a besarla mientras la empujaba con suavidad a lo largo de la
sala. Ella supuso más que vio dónde se dirigían, y se dejó llevar. Cuando notó
que la inclinaba hacia atrás y sintió que la dejaba caer sobre la cama, supo
que en ese mismo sitio, era al que le habría gustado que él la llevara nada más
verlo en el ascensor por primera vez.
Cañonazo de gran
calibre. Cupido era un marica con esas flechas de pacotilla.
Y al sentir el peso
de él sobre su cuerpo, sus brazos abarcándola, sus manos moviéndose con
delicadeza por el contorno de su rostro y por su cuello, decidió que le daba
igual haberse convertido en una zorra que se acostaba con el primer tío que se
le cruzara. Era una, y a mucha honra.
Pero cuando perdió
todo vestigio de vergüenza o de decencia o de lo que se tuviera que perder para
que a una le ocurriera una cosa así, y dejara que un desconocido le hiciera lo
que él iba a hacer, fue justo cuando él se separó de ella, quedando sentado a
horcajadas.
Vio cómo se quitaba
la chaqueta, sin dejar de mirarla. Vio
su masculino gesto al aflojarse la corbata y sacársela por la cabeza. Vio cómo
la miraba impaciente mientras se desabrochaba los botones de la camisa. Vio sus
bíceps llenando las mangas que pronto quedaron vacías cuando la camisa voló a
un extremo de la habitación...
Y ya no supo más de
conciencia, ni de recato, ni de precaución, ni de nada. Simplemente dejó que él
hiciera lo que quisiera, y después también se dio el gusto de hacer lo mismo.
***
Dos asaltos después,
decidieron que era hora de hablar. Se presentaron formalmente, entre arrumacos.
Lo normal era que la gente lo hiciera al revés, pero ellos se habían ahorrado
el trámite, aunque era necesario.
Ella era una
española que trabajaba para una multinacional de publicidad. Había ido a Seúl
porque a los clientes les había gustado una de sus ideas para una campaña y se
habían empeñado en que debía ser quien la expusiera.
Él era un idol.
¿Idol? Sí, un famoso cantante miembro de un grupo musical. Era alguien muy
ocupado que desde luego no iba asaltando por ahí a mujeres en los ascensores...
más bien solía ser al contrario.
Hablaron, intimaron
un poco más, volvieron a asaltarse, volvieron a hablar, comieron, se asaltaron,
bebieron, volvieron a hablar, se asaltaron de nuevo...
Y así hasta el día
siguiente.
Él se empeñó en que
volvieran a verse y le aseguró que estaba decidido a ello. Ella le prometió que
consideraría la oferta que le habían hecho en la agencia, de firmar contrato
para trabajar en la ciudad.
El principio entre
ellos había sido muy poco ortodoxo, pero lo que les deparara ese encuentro en
el futuro, tendrían que averiguarlo por ellos mismos...
Me encanto, esta muy divertido de imaginar xD
ResponderEliminarPor alguna extraña razón no me imagine a un idol... si ya se... y miren que amo a Siwon, pero me imagine a Lee Dong Wook, es que él me encanta y para mi, él es de esos que te quitan el aliento y te hacen pensar todo menos cosas buenas.
Nuna eres genial
Cañonazo de gran calibre. Cupido era un marica con esas flechas de pacotilla.!!! jajaja MUYY BUENA
ResponderEliminarCañonazo de gran calibre. Cupido era un marica con esas flechas de pacotilla. jajaja MUYYY BUENA
ResponderEliminarAl igual que Jclovs no me imaginé a un idol, a los que poco ubico tb. Me imaginé solo a uno, esas miradas, la forma de ser, para mí, no podía ser otro que un Hottie (Lee Min Ho) o un General Choi moderno.
ResponderEliminarExcelente texto, le das 50 palos y +1000 a la autora de las 50 sombras, este si que es un texto que te quita el aliento. Nuna eres increíble escribiendo y manejando la tensión sexual. Me encantó.